POR MIRTA CEVASCO
A veces pienso que puedo hablar de mi necesidad de escribir, de mis sensaciones, antes de poder considerar aproximadamente por qué escribo.
Como dijo el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, (1803-1882,)
en su obra El Poeta : “El hombre es sólo la mitad de él mismo, la otra mitad es su expresión.
Pensé, que recorriendo un poco de donde proviene este andar por la poesía, cómo se incorporó en mi vida, arrojará un poco de luz para esta aproximación. Me resulta más claro todavía, dar una mirada desde mi historia personal, otra, desde mi entorno, otra, desde el tiempo en que me ha correspondido vivir y por último recorrer un poco la incursión de las primeras mujeres en nuestra literatura hasta aquí..
Desde lo personal, de inmediato se me ocurre ir a mi infancia- hecho por demás recurrente en los poetas. Es un breve rescate de mis primerísimos años, donde me recuerdo cantando y memorizando muchos villancicos junto a mi abuela materna.
En una rápida mirada pedagógica que puedo darle hoy, se observa en primera instancia que los villancicos constan de pequeñas estrofas sencillas de memorizar para un niño, son además claros, muy musicales y poseen un importante contenido amoroso. El niño los dice como cantos y le resulta fácil su comprensión. Dadas estas características generales, puedo intuir la facilidad con que los villancicos - los Cantitos, como les decía entonces y Cantos más adelante - despertaban en mí, innumerables imágenes y fantasías.
Podemos observarlo al citar cualquier par de versos:
...un caballito blanco recorre todo el campo
un caballito negro recorre todo el cielo..
Como casi todos los niños de ese momento, a los cinco años, ya leíamos antes de comenzar la escuela primaria. Me recuerdo, hurgando todo libro que pasaba por mis manos, especialmente los de lectura. Volaban las páginas en busca de los versos. Me gustaba leerlos en voz alta, como declamándolos.
Desfilaban ante mí, Juana de Ibarburú, Conrado Nalé Roxlo, Rafael Obligado, Rubén Darío, Gabriela Mistral, entre otros. .
Cierto día apareció algo fantástico, la figura de Santos Vega, y me pregunto todavía, por qué memorizaba sus estrofas. Vendrían luego- más o menos a los seis años -el Martín Fierro. ¡ Qué placer! La lectura y declamación de sus verso eran como una oración sagrada. El octasílabo y la rima, evidentemente ejercían en mi pequeño mundo, un canto de irresistible fascinación
Mientras escribo esto, me voy dando cuenta que juntamente con la poesía y con los poemas históricos, fui amando la historia y por ende la investigación histórica. No los veo alejados de la poesía como parece a simple vista.
Por entonces, además, ya podía quedar contemplando largo tiempo alguna estatuilla, un cuadro, un dibujo, un charco, el cielo estrellado Estos lograban encender escenas y situaciones diversas, que vibraban en mi imaginación. Aparecían una y otra vez al escuchar un cuento, al contempla el empapelado de las paredes, o algunas sombras que se producían especialmente de noche, por la iluminación artificial, todas situaciones que debía, por alguna razón que desconozco- dejar testimoniadas en el papel.
Tal vez estas vivencias se plasman en mi adolescencia, cuando comencé a escribir poemas. Estaba convencida por entonces, que esto de escribir eran cosas de las cuales no se hablaba con los demás. Esta intimidad, me obligó a ingeniármelas para que no se esfumaran quien sabe qué maravillas.
Pero había un problema. Cuando releía los versos que había escrito, solamente podía recordar, en qué lugar estaba cuando los escribía y algún otro detalle, pero no podía revivir el momento de mis sensaciones al escribirlos. Creo que allí, específicamente puedo ubicar, una de las razones de insistir con la escritura poética.
Es allí cuando se plantea, cierta exigencia, cierta necesidad, de capturar esas fugacidades que inexorablemente se perderían. Es decir, las palabras estaban allí pero las imágenes no estaban. Esto evidentemente fue un proceso que pasó por muchas etapas.
Comencé a estudiar literatura y especialmente poesía, con una profesora particular Dora Martínez Díaz de Vivar, desde cuando hacía mis estudios secundarios en la escuela normal y así sucesivamente con otros escritores. De todos modos, tomé conciencia hace poco tiempo, que escribo a partir de imágenes, que a veces despiertan a partir de algo que me conmueve, otras veces se presentan solas, pero seguirlas me plantean desafíos, luego atraparlas y después dar el salto. Le llamo el salto, a esa entrega que nos lleva al lugar que no sabemos, si volvemos y cómo volvemos, con esa angustia que nos promete sin embargo cierta plenitud.
Siento gratitud por la fidelidad de los clásicos, quizá me haya brindado el ejercicio que me permite llegar a otros lugares donde ellos continúan trabajando y de la misma manera a los poemas de los otros poetas de mi entorno, los que pertenecen a mi tiempo.
Entre tanta poesía diferente, sin embargo estoy unida a la palabra de lo otros poetas, La mirada personal de ellos, me advierte de la existencia de algún denominador común. Al leerlos o al escucharlos, Cuando se produce esa emocionante empatía , me digo: ...- no estoy sola en mi andadura -.
Esto, lo expresa muy bien Gastón Bachelard en La Poética de la Ensoñación :
... La imagen poética puede caracterizarse como un vínculo directo de un alma otra, como un contacto de dos seres felices de hablar y de oír en esa renovación del lenguaje que es una palabra nueva. ...
Mi búsqueda de hoy, está orientada además, a cómo y cuáles fueron las mujeres argentinas que escribieron en medio de ciertas luchas, para dejarme y dejarnos este espacio.
Lo quiero introducir con la clararidad que lo expresa, nuestro poeta Manuel Ruano en el prólogo de Poesía Amorosa Latinoamericana:
...“La llave secreta para la poesía de esta parte del mundo, parece provenir de la pericia de sus cartógrafos, de los lectores de nubes, de las madonas y doncellas del buen viaje que arremetieron contra la impetuosidad, el cielo y, muchas veces, el suelo inhóspito que les tocó convertir en morada para sus descendientes.”
Somos las descendientes de mujeres como la salteña Juana Manuela Gorriti, (1816-1818?) una de las primeras escritoras en América Latina y propulsora de la defensa de los derechos básicos de la mujer en el continente.
Aunque hoy parece corriente que una mujer escriba, era verdadera excepción, en el siglo XIX, tanto en el Río de la Plata como en casi todas las culturas latinoamericanas. Pero además, Manuela Gorriti, participó en la defensa de la ciudad y fue condecorada por gobierno peruano. Cuando retorna a Buenos Aires , ya era conocida y funda el periódico “La Alborada del Plata”, Ella era el puntal de otras intelectuales que desde Lima o Buenos Aires, abrían nuevos espacios para las mujeres latinoamericanas de ese siglo. Así como Clorinda Matto y Eduarda Mansilla.
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