viernes, 23 de diciembre de 2011

JORGE SANTIAGO PEREDNIK - HOMENAJE

(*)Jorge Santiago Perednik: nació en Buenos Aires en 1952. Publicó como poeta “Los mil micos” (1979), “El cuerpo del horror” (1981), “El shock de los lender” (1985), “Un pedazo del año” (1986), “El fin del no” (1991) “Variaciones pad- in” (1996), “La desconocida-Circo macedonista sobre "Adriana Buenos Aires" (1998), “El gran derrapador” (2002), “El todo, la parte” (México, 2005), “La querella de los gustos” (2006) . Publicó también varios libros de ensayos y traducciones de escritores de habla inglesa entre los que figura E.E. Cummings, Charles Olson, John Milton, William Carlos Williams y Jonathan Swift. En 1980 fundó la revista Xul. Signo viejo y nuevo y desde 1995 co-dirige la revista DERIVA de la literatura.
FALLECIÓ HOY 23 DE DICIEMBRE
ALGUNOS ARTÍCULOS SE HAN PUBLICADO EN ESTA REVISTA
El todo la parte



Uno, bajo un arbusto de números

desnudos, multiplicamos y dividimos

sin poder sumar o restar

en un diluvio persistente

que los árabes llamaban el cero.

Cero es eros

uno es error

dos equivocación.

Bajo ese arbusto estabas vos

y yo no podía acercarme.

Bajo ese arbusto estaba yo

y no me reconocía.





Dos, detrás de un árbol silencioso

a su sombra, desnudos

como aprendices de amantes cartesianos

anotamos la aritmética del mundo

(aritmeticae mundi), las medidas de la bola terráquea

y soplamos nuestros alientos

moviendo nuestras caderas

tibi

la tibia gimnasia que tienta

a que el mundo se haga.

Es extraño hablar en plural y en primera persona

y en esa extrañeza de uno mismo está lo siniestro

de un poema de amor, el yo plural.

El sexo no es la verdad

no requiere velos sino artificios

que no requieren ser velados salvo que...

La guerra entre los sexos no existe

sino la guerra entre tal o cual persona

contra este o aquel sexo

tu guerra en contra de algo

que no es yo pero me pertenece.

La guerra entre las personas y los sexos como abstracción

es una fase preliminar

calculada, de la guerra entre el adentro y el afuera o

sociedad perfecta.

Según la ley

de las pequeñas equivalencias las inversiones no son tales.

Me decís que la parte es igual al todo

sesenta y nueve igual a infinito, o mejor

que sólo existe el todo, lo que sería cierto

si la sociedad fuera una masa mística.

La perspectiva desde una plaza circular

muestra que no lo es

nos hace ver otro tiempo, compartir la charla

con filósofos que sueñan que existimos

desnudos detrás del arbusto

practicando la pequeña escena sin prisa.





Tres, mirando el cielo arranco al arbusto un número

y tengo parte de una cifra.

¿La atribuiré al cielo? ¿Al arbusto? ¿A lo que sumamos?

Tengo parte de una cifra.

Tengo un sí.

Sólo así puedo decir, en lenguaje cifrado

que odio significa amor

y que si te odio

te amo y no puedo. Que amor no significa odio

tortuga no significa perro

techo puede significar piso

y que si te amo no te odio.

Por la ley de las grandes simplificaciones

tu camisa de seda puede quitarse

y lo que sigue se puede callar.

Tengo tu camisa en la mano

y me la pienso poner

operación dudosa

que obedece a una ley distinta.

Las leyes no pueden obedecerse porque

una ley es menor que uno mismo

salvo que la ley sea uno mismo

y uno mismo seas vos, en cuyo caso...

Una ley no es una regla y las reglas te pertenecen.

Entre la ley y la regla está el abismo de tu persona

y a la vera del abismo, desnudo

termino ladeado por una tradición ajena

en la que estoy inmerso, detrás de los matorrales

mirando tu nombre mientras quiero mirar la cosa

y no soporto lo que permitiría

que éste no fuese un poema de amor.





Cuatro, vos y yo nos reconciliamos

en un tercero, porque el todo no puede

existir sin las partes.

Los dos ancianos están dormidos, están durmiendo

y ambas cosas significan lo mismo.

Roncan en su sueño el ruido de la pequeña piedra

que cae por la ladera sin provocar avalanchas.

El milagro del uno que avanza

y no arrastra a muchos.

Esa paz en sus rostros indica que la guerra

llegó a su fin y hubo victoria:

sentir que no hubo guerra.

Devenimos ellos para alcanzar

eso a raíz de lo cual estamos

desnudos detrás del arbusto

con tus cejas agresivas y tus ojos que calculan

si somos partes en esto

y el todo lo autoriza.

Sin ese todo no habría partes

no habría número

no existiríamos.





(de “El todo, la parte”)