lunes, 19 de septiembre de 2011

MICHOU POURTALÉ

María Meleck Vivanco

en su retiro de aire

Fuera de la línea de foco de tu párpado gris

hurgas la máscara del otro donde aluviones de ceniza

alojan sus recuerdos, te buscarás en ellos

donde en alto vive tu rosa. Te llevará un pájaro de fuego

hasta las orillas del Mármara y el agua azul cubrirá tus espaldas.

Mereces el plumaje de un ave en llamas

pero esta noche serás mi invitada.

Una cuchara de plata te espera

y la sopa caliente de las estrellas más fugaces

las que anidaron en tu corazón dadivoso

ungido de poesía óleo derrame el de tu boca

en cada sílaba de tus poemas

mientras Olga la maga sigue espiando

los pulpejos de tu mano enamorada.

EL POETA Y EL LECTOR

POR ERNESTO GOLDAR

Voy a referirme, muy brevemente, a unas relaciones por demás inquietantes: las que existen entre la poesía y el lector de poesía. entre el poeta y quién le lee.

Se habla de un gesto de encuentro, de las intenciones más o menos afortunadas entre un emisor y un receptor, de un modo de leer, de leer para compartir el asombro, del placer de encontrarse un poema, del contacto con el texto y, en seguida, de la aventura de la metáfora y de los símbolos, del prestigio del lector, de la libertad del lector, de los márgenes de interpretación, del mensaje poético como un llamado a nuestra capacidad original, y todavía más: del lector y sus aproximaciones al poema, de la sensibilidad y la inteligencia de quien recepciona el discurso poético; y, además, varias preguntas. Por ejemplo: ¿cómo se acerca el lector al texto?, ¿cómo se acerca el lector a este texto?, ¿cuáles y cuántas son las etapas recorridas por la historia de la literatura para responder a éstas preguntas? ¿estamos en los comienzos de una estética del lector, de la preocupación por el lector? ¿De una teoría de la recepción del poema?-

Se dice, además, que es necesario “abrirse” al poema, –sentirlo– “comprender” su ser, interrogarlo, interpretarlo (…) que, “los autores ponen el significado y que las significaciones las ponen los lectores”.

Entonces: ¿cuál es el trabajo del lector?

En síntesis

  • hay un poema para que alguien lo lea
  • hay un texto para que alguien lo actualice.

Esto quiere decir, pensamos de la necesaria compenetración entre el autor de poesía y el lector de poesía, entre el poeta y el lector y, seguramente, sobre un lector de poesía modelo, vale decir, el lector del poema que actualiza el poema. conjeturablemente, (y seamos sinceros) el poeta siempre espera al lector modelo, al lector sublime, al operador idóneo – que disponga de tiempo, que esté dotado de habilidad asociativa, de conocimientos – de este modo, el poeta, construye un lector ideal, un conjunto de “condiciones de felicidad”.

Entonces, leer, es mirar más allá de la superficie, es leer el poema en su densidad, en su espesor, en un estado de respuesta en el preciso “ahora mismo” del poema, es una diferencia ambivalente, un contrato, un compromiso, una deferencia con el poeta, una comprensión cuidadosa y lenta, una responsabilidad, una inclinación y, en fin, un lugar de encuentro, una encrucijada, un ámbito de involucramiento, una adhesión, una experiencia, una unidad de preocupación, un itinerario, una posibilidad de hallarse, la solicitud de un estado de ánimo que instituya el acto de comprender.

LA INSENSIBLE POESÍA

Por CAYETANO ZEMBORAIN

Hay mucho más de inefable en la escritura del poeta y su experiencia anterior, que en todo aquello que logra decir. No obstante ese fracaso en el centro del habla, nuestra relación con el mundo es de raíz eminentemente lingüística y sensitiva. Para Jakobson “el lenguaje es el medio fundamental de la comunicación, aunque no el único”.

Pero es más todavía, pues con el lenguaje lo conocemos, lo definimos, cotejamos, transformamos y hasta se lo gesta sin semejanzas. Esa dependencia impera no sólo con el matiz de lo verbal, sino con el lenguaje gustativo, auditivo, olfativo, táctil, visual y motor. Todo lo sensible crea la sensibilidad, y ésta, una apropiación única y singular de aquél en cada uno de nosotros. De allí que el poeta alimente su quehacer por intermedio de un insomne de sus sentidos, quienes permanecen más alertas que nunca cuando verbalizan.

He aquí entonces que me encuentro dispuesto a la tierra y su entorno. Huelo los olores frutales, pútridos, aromáticos, resinosos y ardientes; extiendo mi cuerpo para palpar lo áspero de lo suave, lo duro de lo blando, el dolor punzante y sordo, el frío del calor, lo seco y lo mojado, lo puntiagudo y romo. En numerosas oportunidades se me hace difícil discernir entre un sabor y un olor, porque ha una continua colaboración entre las sensaciones gustativas y olfativas, aunque diferencie gustos amargos y dulces, salados y ácidos, alcalinos y metálicos. Tampoco me son ausentes los sonidos de la noche o los ruidos de la ciudad, algunos oscuros, confusos y turbios; otros a su vez claros y transparentes.

Quedo sorprendido por la altura de sus agudos y bajos, y distingo los sonidos de una misma frecuencia e intensidad por intermedio del timbre de cada uno de ellos. entiendo lo que nos rodea por la visión, que denuncia por intermedio de la iluminación, el color, el tamaño y la posición, las formas sensibles. Por fin abarco el movimiento, la tensión, la fuerza y el peso, y advierto el esfuerzo que realiza mi vida, aunque sienta hambre, sed, saciedad, repugnancia o náusea. Estas sensaciones transmitidas por los órganos, se licuan en percepciones en el cerebro, y de pronto soy un cronista del universo que me circunda, o bien una piedra que permite todas las lluvias y todos los soles.

Sea el mundo objetivo tan inmediato, o el subjetivo o mediato, la relación en ellos transita por la atención sensiblemente captada. Todo ese territorio sensible, todos esos estímulos verdaderos o inverosímiles, finitos e inabarcables, se vuelcan en mi percepción y la ajena, haciéndonos constructores de asociaciones verbales que significan co los entramados de la palabra, lo gestual lo corporal, entre otros. Y esta trama que fijan las palabras, avecinan al lenguaje humano la noción de cópula, de proximidad y apareamiento, estableciéndose vínculos con puentes incontables. Y así, en la lengua poética la palabra cuando no es por sí, produce con otras una “conducción sensible” cuya esencia en la arbitrariedad, y su rostro la imagen y la metáfora.

Ignoro si existen incontables puentes que todo lo encadenan. Me atraen aquellos que titilan lo invisible en la finitud de millones de caras, porque me permiten entrever que en el pequeño cosmos de un carozo y una palabra que lo denuncia, hay la posibilidad no acotada, no medible entre una orilla y otra. ¡Cuán patético el eco y su resonancia!, disolviendo toda idea de mensura, de aplacar, de conocer, haciéndome perder referentes de distancia. ¡Cuántos puentes en uno se vuelven miles en el viaje de ida de refresco!; y he aquí que en el poeta esos puentes obran en tropos, superficie rugosa de los sentidos, transformando una realidad conocida en una propia y original. Y entonces diré: “crepitar los huesos del otoño! (d.a.), “una campiña arañada por los sonidos verdes” (d.a.), o “el humo de barro cruje pan en mis fauces” (d.a.).

Confirmo luego en cualquier hito íntimo su sometimiento a la palabra, la cual remite siempre aun preconocimiento perceptivo. El mecanismo de asociación le da valor por sí, ya sea por la semejanza, el contraste o la contigüidad en conexiones espontáneas, y automáticas. Como una gran vía láctea ese fenómeno elemental que forma parte de la conciencia, termina siendo una representación, una imagen, un recuerdo, un concepto, un sentimiento, gestando mundos hasta ahora desconocidos.

En el poema entonces se introducen los sentidos, no como un fin en sí mismo de carácter hedonista, sino con una apoyatura insita en lo expresable. Si analizamos este juego sensible que denota el poema, se nos revela que priman mayoritariamente las imágenes visuales, y en menor intensidad las auditivas; lo cual permite adelantar que la poesía está conformada como un lenguaje audiovisual. Aquellos puentes que nombramos porque todo lo unen, conducen en el poema sólo lo receptado por el ojo y el oído, dejando fuera las percepciones estimuladas por el gusto, el olfato, el tacto y lo motor-muscular.

Es justificable esta comprobación porque las imágenes sustentadas por lo visual adquieren un poder de traducción más inmediatos que los demás sentidos, siendo factible esa traslación ante ciertos impedimentos de los otros sensibles, lo que atribuyo más a lo infrecuente de su uso que a la imposibilidad misma. Sólo lo auditivo posibilita un acercamiento a lo visual por los elementos propios de la poesía como lo son el ritmo, los acentos, la métrica, el ordenamiento estrófico. Todos y separadamente están orientados con intención a estímulos auditivos en el lector u oyente del poema.

Cabe afirmar, entonces, que la poesía se me muestra como un arte insensible, porque valiéndose prolíficamente de los sentidos señalados no deja evidentes a los otros, resultando ocultamientos y oscurecimientos no queridos. Entonces se impone una pregunta: ¿están los poetas haciendo una traslación torpe, insuficiente, pobre, parcial y hasta incongruente de lo que realmente quieren decir, significar, sensibilizar, transmitir? Preguntemos: ¿estamos accediendo a todos los registros que permite la garganta y sus cuerdas? Desnudos en el espacio receptamos infinitos sensibles ¿pero a su vez, los emitimos con toda la riqueza que requieren para hacernos más bellos y verificables en la reescritura que plantea el lector’

Particularmente pareciera lo contrario, pues no hemos penetrado en todos los universos posibles. Vivimos hasta ahora en el balbuceo constante y rudimentario del que recién está iniciándose en el habla, y en esa diáspora de palabras, las mostramos con la impericia propia del recién llegado, con bajo perfil e incipiente sensibilidad.

Está en cortocircuito el mecanismo asociativo tan propio de la poesía. la crisis de los nexos implanta por su para el desconcierto, al ignorar las razones profundas de este desmantelamiento sensible que acusa el poema y el versificar. Es en principio evidente que mucho de ello tiene que ver con la cantidad sobreabundante de estímulos que captura el ojo, en detrimento de una pobre estimulación de los otros sentidos. Resulta tangible en lo anteriormente expresado, la evidencia de los hábitos seculares en el hombre y por ende, en el artista, el cual no es ajeno y, que se trasuntan en la baja frecuencia receptiva y traslativa en el planteamiento y ejecución de la obra de arte. Por último, es atributo de la ausenta detectada, las dificultades que originan las asociaciones, que se montan en el cotejo, la comparación. Tomando un ejemplo burdo a lo acotado ¿cómo podríamos crear una analogía gustativa en el supuesto de vivir una sensación de masticar una manzana y el residuo de sus percepciones, sin caer en la reiterada imagen visual? ¿Podrán los poetas, construir hoy una imagen gustativa, olfativa, táctil, o motora, en este gran desafío de nuevo lenguaje poética que vendrá?

domingo, 18 de septiembre de 2011

EL SILENCIO Y EL MISTERIO

POR CRISTINA PIZARRO

En voz desmayada y baja, de Ernesto Goldar

Buenos Aires: Vinciguerra, 2009.

“El silencio y el misterio”

Estamos ante un título que nos sitúa en el recogimiento, en un estado recoleto con nuestra alma. En voz desmayada y baja. Esa voz personificada nos conduce al silencio. Ese silencio del lenguaje a veces se convierte en desarraigo de la palabra, un abandono. No obstante esa visión del lenguaje como habitado por la derrota, por la frustración, que también se opaca en su significación, puede ser, el lenguaje como potencia, como figuración del deseo, como memoria velada, secreta. Se esconden los conflictos que podrían erigirse en una redención, como un augurio.

Será, entonces, el lenguaje poético el que atravesará el destino mediante las figuraciones, evocaciones, pliegues de la ensoñación. Ese lenguaje poético revela el espectro de las zonas inaccesibles de la conciencia y las vías postergadas y quebrantadas por lo azaroso de la vida. En el acto poético hay una evidencia del momento original de la escritura gestada en el hondo vivir y transitar por las situaciones en contacto con los otros. La conciencia de sí, la conciencia del poeta, que emerge de la palabra, se erige en las identidades en mediación con el mundo que habitamos. La palabra poética revela el gran misterio.

Asistimos a la resonancia de la palabra, su elocuencia, su propia fuerza de iluminación como la consecuencia del vacío de la propia voz, que está ligada a las resonancias de lo otro. El silencio tiende a la búsqueda de la iluminación en lo recóndito de ese mundo interior anidado en la voz del poeta. La palabra poética alcanza otros horizontes en la invención de un tiempo propio, de una intimidad de la historia tejida con las sombras de la presencia corpórea de los otros. La palabra poética es iluminación y también se acerca a la búsqueda de la verdad, elucida en el reconocimiento de la memoria y de la historia. Hay un intento de verdad poética aún conjugada con la fantasía.

El tono intimista nos remite a una violencia estética, con la ruptura del orden sintáctico, el coloquialismo que alcanza lo confesional. El verso se constituye en un orden propio, regulado por un movimiento inherente al mundo transitado por el goce y el dolor. Cada poema suscita múltiples resonancias cuyas reminiscencias se ligan a la nostalgia. Observamos un despliegue de sonoridades y ritmos que nos estremecen con interrogaciones que penetran en nuestra interioridad mental y física. La nostalgia exalta lo sensorial en un recorrido espacial por nuestra ciudad de Buenos Aires. Poeta y lector se unen en el acto poético entre los vaivenes del dolor corporal y anímico y del placer especulativo y de los sentidos. El poeta ejerce un desdoblamiento entre sus ensueños y la palabra verdadera surgida del intelecto. La voz desmayada y baja seduce, conmueve, altera nuestras percepciones, exalta nuestra duda ante la existencia, la soledad, nuestro ser en el mundo. Los poemas tienen una densidad magnética que despliegan resonancias infinitas, desde la fuerza originaria de la palabra hasta la creación propia de ese instante poético con sus ritmos, cadencias, alusiones, reiteraciones. Este alumbrar poético irrumpe como una auténtica experiencia poética.

Una estructura a manera de retablo políptico en cinco instancias: Poeta natural, Bien Polenta, Pastoral, Erdosain recobrado, Manera de valer.

El poeta natural tiene una promesa al aludir a la palabra diciente en ese tiempo heideggeriano que anhela al otro. (9) El poeta natural se funde con la mano en el acto escritural. (34) La indeterminación de ciertas situaciones otorga no sólo la imprecisión de la incertidumbre sino también el enigma en un final insólito: “y por encima tiembla una temperatura” (10). Tal vez los comienzos y finales insólitos de los poemas puedan relacionarse con el misterio de la vida: nacer y morir.

La sintaxis, la adjetivación, se ligan al nivel fónico para ensalzar al objeto libro.

A modo de oxímoron en la “semilla muerta”, (12) están el deseo y la adversidad. Con un matiz lingüístico de la palabra “aguante” que lo ubica en otra variedad, adquiere relevancia el Verbo, la fe y la esperanza.

Predomina a lo largo del libro el tono meditativo, intimista, coloquial y ciertos encuadres con interrogantes metafísicos y matices de oralidad, asociados a la nostalgia, a veces la desazón, lamento, recuerdos de los ‘tiempos borrados’. Hay un anclaje en el pasado en los sentimientos como ese beatus ille, sin embargo el poeta mira al porvenir. (“Nadie sabe lo que está por venir”, 24; “La insignia”, 53)

El poeta ve al otro, siente su proximidad, “un amigo que de repente muestra el otro rostro” (51). Hay un juego intertextual especialmente con esta Buenos Aires, el tango y el personaje Erdosain de Roberto Arlt.

En la última parte del libro la oralidad adquiere relieves a través del hipérbaton “ni otra cosa hacer” (101); esa violación sintáctica se constituye en elemento primordial para imprimirle al habla un aspecto más social.

El tiempo, el otro y la importancia de la reflexión, lo sistemático, lo intelectual, en Raro invento (103) se unen a su Ars poética en “Litigio” (99). La declaración confesional de Goldar se perfila en “Se eleva un instante” (110).

El último verso del poema Manera de valer, “el precio de la poesía es la vida” (129) erige al poeta como un ser comprometido con la historia que le toca vivir.

EL SILENCIO Y EL MISTERIO

POR CRISTINA PIZARRO

En voz desmayada y baja, de Ernesto Goldar

Buenos Aires: Vinciguerra, 2009.

“El silencio y el misterio”

Estamos ante un título que nos sitúa en el recogimiento, en un estado recoleto con nuestra alma. En voz desmayada y baja. Esa voz personificada nos conduce al silencio. Ese silencio del lenguaje a veces se convierte en desarraigo de la palabra, un abandono. No obstante esa visión del lenguaje como habitado por la derrota, por la frustración, que también se opaca en su significación, puede ser, el lenguaje como potencia, como figuración del deseo, como memoria velada, secreta. Se esconden los conflictos que podrían erigirse en una redención, como un augurio.

Será, entonces, el lenguaje poético el que atravesará el destino mediante las figuraciones, evocaciones, pliegues de la ensoñación. Ese lenguaje poético revela el espectro de las zonas inaccesibles de la conciencia y las vías postergadas y quebrantadas por lo azaroso de la vida. En el acto poético hay una evidencia del momento original de la escritura gestada en el hondo vivir y transitar por las situaciones en contacto con los otros. La conciencia de sí, la conciencia del poeta, que emerge de la palabra, se erige en las identidades en mediación con el mundo que habitamos. La palabra poética revela el gran misterio.

Asistimos a la resonancia de la palabra, su elocuencia, su propia fuerza de iluminación como la consecuencia del vacío de la propia voz, que está ligada a las resonancias de lo otro. El silencio tiende a la búsqueda de la iluminación en lo recóndito de ese mundo interior anidado en la voz del poeta. La palabra poética alcanza otros horizontes en la invención de un tiempo propio, de una intimidad de la historia tejida con las sombras de la presencia corpórea de los otros. La palabra poética es iluminación y también se acerca a la búsqueda de la verdad, elucida en el reconocimiento de la memoria y de la historia. Hay un intento de verdad poética aún conjugada con la fantasía.

El tono intimista nos remite a una violencia estética, con la ruptura del orden sintáctico, el coloquialismo que alcanza lo confesional. El verso se constituye en un orden propio, regulado por un movimiento inherente al mundo transitado por el goce y el dolor. Cada poema suscita múltiples resonancias cuyas reminiscencias se ligan a la nostalgia. Observamos un despliegue de sonoridades y ritmos que nos estremecen con interrogaciones que penetran en nuestra interioridad mental y física. La nostalgia exalta lo sensorial en un recorrido espacial por nuestra ciudad de Buenos Aires. Poeta y lector se unen en el acto poético entre los vaivenes del dolor corporal y anímico y del placer especulativo y de los sentidos. El poeta ejerce un desdoblamiento entre sus ensueños y la palabra verdadera surgida del intelecto. La voz desmayada y baja seduce, conmueve, altera nuestras percepciones, exalta nuestra duda ante la existencia, la soledad, nuestro ser en el mundo. Los poemas tienen una densidad magnética que despliegan resonancias infinitas, desde la fuerza originaria de la palabra hasta la creación propia de ese instante poético con sus ritmos, cadencias, alusiones, reiteraciones. Este alumbrar poético irrumpe como una auténtica experiencia poética.

Una estructura a manera de retablo políptico en cinco instancias: Poeta natural, Bien Polenta, Pastoral, Erdosain recobrado, Manera de valer.

El poeta natural tiene una promesa al aludir a la palabra diciente en ese tiempo heideggeriano que anhela al otro. (9) El poeta natural se funde con la mano en el acto escritural. (34) La indeterminación de ciertas situaciones otorga no sólo la imprecisión de la incertidumbre sino también el enigma en un final insólito: “y por encima tiembla una temperatura” (10). Tal vez los comienzos y finales insólitos de los poemas puedan relacionarse con el misterio de la vida: nacer y morir.

La sintaxis, la adjetivación, se ligan al nivel fónico para ensalzar al objeto libro.

A modo de oxímoron en la “semilla muerta”, (12) están el deseo y la adversidad. Con un matiz lingüístico de la palabra “aguante” que lo ubica en otra variedad, adquiere relevancia el Verbo, la fe y la esperanza.

Predomina a lo largo del libro el tono meditativo, intimista, coloquial y ciertos encuadres con interrogantes metafísicos y matices de oralidad, asociados a la nostalgia, a veces la desazón, lamento, recuerdos de los ‘tiempos borrados’. Hay un anclaje en el pasado en los sentimientos como ese beatus ille, sin embargo el poeta mira al porvenir. (“Nadie sabe lo que está por venir”, 24; “La insignia”, 53)

El poeta ve al otro, siente su proximidad, “un amigo que de repente muestra el otro rostro” (51). Hay un juego intertextual especialmente con esta Buenos Aires, el tango y el personaje Erdosain de Roberto Arlt.

En la última parte del libro la oralidad adquiere relieves a través del hipérbaton “ni otra cosa hacer” (101); esa violación sintáctica se constituye en elemento primordial para imprimirle al habla un aspecto más social.

El tiempo, el otro y la importancia de la reflexión, lo sistemático, lo intelectual, en Raro invento (103) se unen a su Ars poética en “Litigio” (99). La declaración confesional de Goldar se perfila en “Se eleva un instante” (110).

El último verso del poema Manera de valer, “el precio de la poesía es la vida” (129) erige al poeta como un ser comprometido con la historia que le toca vivir.

QUÉ ES LA POESÍA

POR NORA DIDIER


Y bien, muchas veces nos preguntamos sobre la poesía, intentamos definir a esa “hermana menor” en la historia de la literatura. Yo voy a acocar, tentativamente, algunos conceptos a propósito de su esencia e irradiación.

Etimológicamente la palabra Poesía proviene del vocablo poiesis (creación, composición). Dice Platón en “El Banquete”: “toda actividad que determina el paso del no ser al ser es poiesis, de manera que todas las obras producidas por cualquier tipo de arte son poiesis y los operarios que realizan tales obras son todos poietai o sea hacedores”. Aristóteles fue el primero que utilizó el término poética al titular así al primer tratado sistemático que presenta consideraciones referidas al hecho de crear artificios ficcionales mediante la palabra. El concepto abarcó a todo el arte de la creación gracias a la palabra, noción que a partir del siglo XVIII nos llegará como literatura. Ese significado primario alude a todo lo escrito, en prosa o en verso, de la manera como se manifieste: lírico, épico o dramático. Reproducir e imitar llevan al vocablo tejné: arte. Por ello en Aristóteles la poética es arte y técnica hacia la belleza (belleza deriva de Kalos: llamar, invitar). Poética determinó una ambigüedad con respecto a la palabra poesía, pero afianzó las ideas relacionadas de: creación, acto creador, llamado y hacedor; y en esta cinco voces se sintetiza la definición de poesía: es obra de un creador, un hacedor, es entonces una creación en el orden de la ficción en referencia al mundo que se muestra, y significa un encuentro de subjetividades, una reunión, desde la belleza.

Resulta imprescindible dejar en claro que la poesía –y el arte en general– es parte del hombre, del ser en cuanto a su poder unitivo y comunicante (virtual definición), y que por otra parte, representa la intradía por donde corre la historia. La magnífica tarea de recrear y su goce estético derivado, sin inherentes a él, mejor dicho, a su interioridad, que roza así la zona sagrada, es decir, el gran Espacio y el gran Tiempo. La tensión humana hacia ese universo de la poesía no puede ser abandonada en la orilla porque hace al ser y a su permanezca: es constitutiva; su desaparición implica la desaparición del hombre, tal como hoy lo entendemos. Podrá unirse, comulgar con otras formas nuevas o antiguas, pero conservará su propio bosque, su espesura.

Al nombrar la poesía, señalo siempre esa zona sagrada que se establece entre dos subjetividades; una zona que es otro espacio inconmensurable, donde se realiza una relectura del mundo y de los seres que en él habitan. La visión poética es una apertura hacia lo continuo, hacia las raíces, ya que consiente una captación totalizadora de la realidad. El universo tiene más de un significado, y el poeta es el que los muestra, descubriéndolos hasta en los aspectos más sutiles y recónditos. Él escucha las voces del ser y las transfigura a través del lenguaje, y con ello, muestra también el estado de transfiguración de nuestra naturaleza; por eso, su lenguaje es asimismo totalitario, es decir, de intensidad, abarcador, y el poema no “habla” sobre el mundo, no “dice”, sino que se equipara al mundo porque expresa su “hacerse constante”, el poeta ilumina, escucha, repite, es –como manifiesta Bachelard– “una voz en el mundo”.

El proceso lírico es un don, un privilegio del cual goza el poeta; es además en cuanto creación, un hecho individual, manifestación de un ser ubicado en un contexto histórico y en una sociedad. Esto constituye una situación concreta, presente e el discurso poético. Pero lo que el poeta expresa más allá de esa “cáscara” que en cierto modo lo determina, está fuera de los límites geográficos o históricos, porque el creador se refiere a todo aquello que pertenece a la esfera de lo universal; la categoría de lo universal es premisa básica de la poesía. Ella inspira a la validez universal partiendo de la experiencia particular del poeta. El poeta afirma la intención de ser un resonante para todos los hombres, de todas las épocas, fuera del aquí y el ahora circunstancial, como inmerso en el Tiempo, en eterno presente que reactualiza y vigoriza con cada nueva recepción, con cada nuevo lector. El creador transforma el lenguaje en materia moldeable, fundida en exquisita comunión con el plano significativo. Las palabras sugieren, se mudan, se vuelven poderosas, mágicas, resplandecen, porque las anima la facultad creadora del poeta. Las palabras aparecen como una oportunidad nueva de vida, como si fueran recién estrenadas. Para que este nacimiento sea posible, debe hablarse del don profético, ese atributar singular que lleva al poeta por caprichosos, bellísimos senderos hacia la gran zona donde se siente y vibra el ser.

La Resiliencia, un punto de vista distinto en la poética escritural

POR GRACIELA LICCIARDI

El término Resiliencia, según el diccionario, es la resistencia que oponen los cuerpos, especialmente los metales, a la ruptura por choque o percusión, luego se empezó a aplicar como “ una esperanza realista” y empezó a utilizarse en Medicina, Educación, Pedagogía, Sociología y Trabajo Social. El origen etimológico del término deviene del latín “Resiliere”, que quiere decir “rebotar”, en este caso es la capacidad de la gente, de los pueblos, de rebotar a pesar de esas circunstancias que “lo tiran hacia abajo”. Si consideramos a la Resiliencia un proceso dinámico que tiene como resultado la adaptación positiva en un contexto de gran adversidad podemos decir: ¿acaso frente a los cuestionamientos adversos que se nos han presentado en la vida, la escritura nos ha servido como un acto altamente positivo para que, en la catarsis efectuada, nos hayamos podido despegar de todo lo negativo que hubiera sido de no depositar en ella toda esa adversidad y se haya trocado finalmente en algo positivo?

Boris Cyrulnik de Francia, habla de la maravillosa desgracia. Si consideramos resiliencia al proceso dinámico que tiene como resultado la adaptación positiva en un contexto de gran adversidad, podríamos decir que, en este mundo donde la adversidad es un factor común y diario, para lograr la manifestación artística, verdaderamente todos los que hacemos posible algo de este orden, somos resilientes. El acto de escribir, por ejemplo, implica un optimismo realista, aporta una mirada esperanzadora, porque procura trabajar sobre la fortaleza más que con la debilidad. Es importante que frente a la adversidad veamos un desafío y no un riesgo aplastante, dentro del marco ético y moral de la comunidad. La facultad de una construcción positiva, no es sólo afrontar la desgracia, sino además es construir positivamente sobre ella.

Hay elementos que a modo de disparadores nos permiten trabajar sobre las relaciones existentes entre el humor y la resiliencia incluyendo la temática de la subjetividad en la escritura. La cultura actual muestra una exaltación de la individualidad con una promesa de realización personal y una buena dosis de indiferencia respecto del conjunto solidario, donde el éxito se promueve como una pura afirmación personal que prescinde de los sistemas de reconocimiento y del trato con el otro. En este sentido, la Literatura debería denunciar estos conceptos y además generar un acercamiento al individuo para deshacer estas particularidades antes mencionadas.

Hay un autor, Jamerson, estudioso de la posmodernidad, que establece una comparación entre dos obras de autores que se han dedicado a pintar zapatos. Uno de ellos, Andy Warhol, es un plástico que ha producido innumerable cantidad de objetos. Llegó a realizar una serie de zapatos pintados a los que llamó Zapatos de polvo de diamantes y también Van Gogh pintó una serie de ellos, sobre la que Heidegger llegó a hacer el siguiente comentario que habla de la capacidad alusiva de esta obra: En la oscura intimidad del hueco del zapato está inscripta la fatiga de los paseos del labrador, en la ruda y sólida pesadez del zapato está afirmada la lenta y pertinaz pisada a través de los campos.

Jamerson señala que los zapatos de Van Gogh, estos zapatos campesinos expresan una composición histórica de sentido , hay una percepción de pobreza, del esfuerzo, del dolor y del sacrificio, una dimensión de la humanidad. Se transmite sentido, hay una exigencia de comprensión histórica, un abandono de lo diacrónico con un inclusión de categorías temporales.; los Zapatos de polvo de diamante de Warhol, son bellos e impactantes pero no remiten a nada, el observador no va más allá de su contemplación, carece de sentido, hay un goce de la sensación visual, un dominio de lo sincrónico y categorías de espacio.. También debemos saber que todavía subsisten en algunos barrios, clubs, plazas, cafés, lugares sociales de diálogo y de sostén, fomentan los encuentros y la interacción, promueven sentimientos de identidad y pertenencia y son productores de una identidad historizada. Los hiperespacios modernos, en cambio, los shoppings, las avenidas, los grandes hoteles y tiendas promueven encuentros acotados, pasajeros, donde se da una pérdida de la singularidad histórica. Podemos apreciar entonces que es más fácil interactuar con la escritura en espacios pequeños como los cafés literarios, grupos de encuentro reducidos, donde el ambiente es más intimista y la contención se hace notoria, esto en el orden del sentido de pertenencia antes mencionado, donde nos sentimos valorados en todo el quehacer artístico.

Las personas resilientes se manifiestan conformes con ellos mismos y tienen confianza frente a la ayuda que le pueden brindar otras personas; sienten que los demás no depositan en ellos expectativas superiores a sus posibilidades y afrontan sin desesperanzarse las limitaciones que la vida presenta. Los que escribimos, a mi entender, aplicamos estos términos resilientes en muchos aspectos de escritura misma y ella como medio de apoyo formal que nos ayuda a seguir adelante, garantizándonos un crecimiento y desarrollo humano para desempeñar funciones de excepcional relevancia en la sociedad en que nos toca desenvolvernos.

En síntesis la Resiliencia en la escritura es una idea atrayente para rescatar las potencialidades de los beneficiarios. En la escritura se asumen aspectos de la resiliencia que pueden ser promovidos: autoestima, autonomía, creatividad, humor e identidad cultural.

Por último cabe preguntarnos ¿ es posible estructurar un proyecto escritural con enfoque de resiliencia a partir de los resultados de compromisos asumidos con las comunidades y los diversos aportes de las contrapartes del proyecto?