sábado, 13 de agosto de 2011

Guido CAVALCANTI y el Dolce Stil Novo

POR MIRTA EVA RUIZ

Sumergirnos en los vastos caminos del tiempo/ que los silencios crujan/ y despierten las voces somnolientas.

Voltear la vista y nuestros ojos se asombren/ ante la huella de los grandes/ que dejaron su impronta cristalina...

En aquellos lejanos amaneceres de trovadores, juglares y poetas; de feudales y caballeros, donde se mezclaba el incienso místico con las profundas transformaciones sociopolíticas, ya en el distante esplendor del Imperio Romano, se mecía en la cuna de nuestra lírica, una voz, que perduraría lustrada por los siglos hasta los umbrales de nuestra época: la de Guido Cavalcanti.

Poeta italiano nacido en Florencia en 1.255 y fallecido en 1.300.

Activo militante y dirigente de uno de los partidos rivales durante la guerra civil de Florencia. En 1.300 debió exiliarse en Sarzana, en el noroeste de Italia, por razones políticas; allí, contrajo malaria y murió poco después de su regreso, en su lugar de nacimiento.

A pesar de sus convicciones políticas se casó con la hija del líder opositor, Beatrice Farinatta, pero durante una peregrinación a Santiago de Compostela, conoció a otra dama que al parecer dedicó sus poemas más emotivos y dolorosos.

Sin duda alguna puede decirse de Guido Cavalcanti que fue el primer poeta italiano digno de este nombre, y quién instaló un nuevo estilo en la poesía que venía dándose con los trovadores, y que él consideraba una forma vulgar y grotesca de la misma. Hubo precursores que comenzaron haciendo camino en esa nueva escuela pero, definitivamente, el creador y el poeta del Dolce stil nuovo (dulce estilo nuevo) es Guido Cavalcanti.

Él, es el único que logra conjugar en un nivel de perfección, la ciencia y el arte.

Enamorado de la lengua natal, compuso una gramática y una retórica; luego complaciéndose en esos estudios retóricos, volcó dicho arte en composiciones de rimas en vulgar, elegantes y artificiosas, que causó gran impresión en sus contemporáneos ante un artificio tan nuevo, explicado como ciencia y aplicado como arte.

De ahí que Guido se convirtió en jefe de la nueva escuela y en creador del nuevo estilo, oscureciendo a sus precursores.

Era considerado excelente no sólo por la expresión rebuscada y elegante, sino por su alta filosofía; así, conquistó el primer lugar entre sus contemporáneos que honraban en él, al sabio y al artista.

Este “dulce estilo nuevo” se caracterizó por el amor cortés, el amor gentil, el fino amor, la idealización del mismo y de la mujer.

Es el primer poeta que posee el sentido y el afecto de lo real.

Las generalidades huecas de los trovadores, convertidas luego en contenido científico y retórico, son en él cosa viva, porque cuando escribe en busca de solaz y de desahogo, expresan las impresiones y los sentimientos del alma.

La poesía que antes pensaba y describía, ahora narra y representa, no con la simpleza y a la ruda manera de los poetas antiguos, sino con aquella gracia y perfección a que había llegado la lengua, usada por Guido con tanta maestría.

Su poesía fue agrupada bajo el nombre genérico de “Rime” (rimas), que contiene sonetos y baladas.

En la segunda mitad del mil doscientos, los dos centros de la vida italiana eran Bolonia y Florencia; una centro del movimiento científico, la otra centro del arte. El impulso científico que emergía de Bolonia, desterraba la superficial galantería de los trovadores. Así, la época de los poetas espontáneos y populares concluía para siempre.

El nuevo poeta escribe con intención, para difundir la verdad y divulgar los fenómenos más recónditos del espíritu y de la naturaleza. Hay una intención científica, pero también una intención artística, la de adornar y embellecer.

(He aquí la poesía, siendo el lenguaje por excelencia para conciliar los límites de las posibilidades expresivas de las palabras, con el reclamo que éstas formulan de comunicación entre la gente).

Il Dolce stil novo (de la expresión toscana) tuvo diversas fuentes, pero es necesario en primer término, mencionar a los poetas más importantes que la conformaron en aquella mitad del siglo XIII. De ese “dulce estilo nuevo”, según De Sanctis, el precursor fue Guido Guinicelli, el artífice Cino de Pistoya, primer jurisconsulto de la época y, el poeta, Guido Cavalcanti eximio filósofo. Éste no buscó agradar, ni efectismos, ni impresionar con la sutileza de la doctrina y la retórica, sino que se expresa a sí mismo, cómo se siente en un determinado estado de ánimo, y no pretende sino desahogarse, expandirse, señalando la ruta en la cual Dante Alighieri, su admirador y amigo de toda la vida, hiciera tanto camino logrando superarlo.

Esa profunda amistad con Guido, lo lleva a Dante a dedicarle su obra “La Vita Nuova”(La Vida Nueva).

Estos poetas configuraron el desarrollo teórico, filosófico y metafísico de la fenomenología amorosa. Desde el punto de vista formal, los metros más usados por esta escuela poética fueron el soneto, la canción y la balada, compuestos en endecasílabos y heptasílabos.

De las fuentes que se nutrió este nuevo estilo, es de mencionar: La mayoría de los stilnovistas pasaron por la universidad de Bolonia, muy influída por entonces, por el pensamiento aristotélico tomista. 2) La escuela poética siciliana de la mitad del siglo XIII, pionera en el empleo de la lengua vernácula vulgar y a la que se deben formas como el soneto, creado por Giácomo da Lentini) 3) La misma tradición trovadoresca de la que toma las convenciones del amor cortés (trasfondo de la experiencia amorosa, concepto de gentileza, e idealización de la mujer). 4) El franciscanismo que valoraba la sinceridad y la armonía entre el hombre y la naturaleza.

En la poesía de Cavalcanti podemos apreciar un intenso lirismo, una delicadeza y pureza en el lenguaje y la forma, como así también observar un profundo sentido filosófico y la exaltación del amor. Él considera a éste como el responsable de la salud del cuerpo y del alma; que el amor no correspondido golpea, hiere, ahoga en tristeza al amante y lleva a debilitar el espíritu.

Desde la mirada de este siglo, se torna difícil entender ese sentimiento amoroso plasmado en su obra, donde sus poemas respiran ese profundo lirismo que ensalzan, idealizan y deifican a la mujer amada, convirtiéndola en una fuerza capaz de todo poder y milagro, como se puede apreciar en Un hermoso retrato de mi amada: “...cura a enfermos/ a demonios expulsa/ y a ciegos ojos/ hace ver sin velos”.

La obra de Guido Cavalcanti es un canto refinado al amor. El amor como pasión enfermiza que llena la mente de sombríos fantasmas, sosteniendo que el deseo es un camino hacia la enfermedad y hacia la sombra de la muerte.

Vemos también a un Guido escribiendo por catarsis y alivio del alma, renunciando al amor carnal, quedándose en la contemplación estática de la belleza espiritual femenina.

La distancia se hace más honda, cuando se ve esta falta de la vertiente amor-pasión, ya que en pleno siglo XXI al eclipse de lo sagrado, ha seguido la liberación sexual rompiendo definitivamente con el amor cortés.

Para Cavalcanti el llamado de la carne no puede prorrumpir donde camina “la gentil y honesta Beatriz” que con su presencia elimina toda introducción pasional. El amor se alimenta de miradas, sonrisas, alabanzas, saludos, temblor, éxtasis, en todos los tópicos del stilnovismo.

En él está presente la dicotomía amorosa de ascendencia Platónica entre amor terrenal y amor celestial, reelaborada por el neoplatónico Plotino que se preguntaba si “el amor es un dios o un demonio, o bien una pasión del alma o los dos conjuntamente”.

Cavalcanti acentúa el carácter irracional y violento del amor, en el que el deseo erótico se mezcla a menudo con el deseo de muerte.

Esta ideología se puede apreciar en lo que se consideró su arte poética: Donna me prega y que al parecer, estaba destinado a ese amor secreto por la mujer que había conocido en su peregrinación a Santiago de Compostela.

Donna me prega –per ch eo voglio dire

D un accident che sovente è fero...

Ed è sì altero –ch è chiamato amore

(...)

Di sua potenza segue spesso morte.

“Una dama me ruega/ para que yo me preste a hablar/ de un acontecimiento a menudo feroz/ y tan altivo llamado amor (...) De su poder a menudo sigue la muerte”.

En esta canción traducida y comentada por Ezra Pound en el siglo XX, Cavalcanti da forma dramática al tema del amor destructor, al contrario de los stilnovistas como su gran amigo Dante y Cino de Pistoya.

El Dolce Stil Nuovo ejerció un extenso influjo sobre poetas posteriores, en especial Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio entre otros, y se convirtió en elemento constitutivo de toda la poesía europea de los tiempos modernos.

El influjo de esta manera literaria trascendió hasta repercutir vigorosamente en otras artes, como por ejemplo en la pintura de Sandro Botticelli.

Sin Guido Cavalcanti y demás poetas de esta escuela, no podría haber irrumpido el romanticismo del siglo XIX, llevado a una concepción como la del hombre rendido a la mujer, además de otros matices semejantes.

También, el hermetismo de sus poemas tiene que ver con lo desarrollado posteriormente por los simbolistas como Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, etc. que a la vez fueron la base de la concepción contemporánea, de la literatura en general.

A través de los siglos su lumbre resplandece, y se hace camino, senda, huella siempre transcurrida, en su poética habitada por las luces y las sombras.


Yo escribo. Ellas escribieron

POR MIRTA CEVASCO

A veces pienso que puedo hablar de mi necesidad de escribir, de mis sensaciones, antes de poder considerar aproximadamente por qué escribo.

Como dijo el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, (1803-1882,)

en su obra El Poeta : “El hombre es sólo la mitad de él mismo, la otra mitad es su expresión.

Pensé, que recorriendo un poco de donde proviene este andar por la poesía, cómo se incorporó en mi vida, arrojará un poco de luz para esta aproximación. Me resulta más claro todavía, dar una mirada desde mi historia personal, otra, desde mi entorno, otra, desde el tiempo en que me ha correspondido vivir y por último recorrer un poco la incursión de las primeras mujeres en nuestra literatura hasta aquí..

Desde lo personal, de inmediato se me ocurre ir a mi infancia- hecho por demás recurrente en los poetas. Es un breve rescate de mis primerísimos años, donde me recuerdo cantando y memorizando muchos villancicos junto a mi abuela materna.

En una rápida mirada pedagógica que puedo darle hoy, se observa en primera instancia que los villancicos constan de pequeñas estrofas sencillas de memorizar para un niño, son además claros, muy musicales y poseen un importante contenido amoroso. El niño los dice como cantos y le resulta fácil su comprensión. Dadas estas características generales, puedo intuir la facilidad con que los villancicos - los Cantitos, como les decía entonces y Cantos más adelante - despertaban en mí, innumerables imágenes y fantasías.

Podemos observarlo al citar cualquier par de versos:

...un caballito blanco recorre todo el campo

un caballito negro recorre todo el cielo..

Como casi todos los niños de ese momento, a los cinco años, ya leíamos antes de comenzar la escuela primaria. Me recuerdo, hurgando todo libro que pasaba por mis manos, especialmente los de lectura. Volaban las páginas en busca de los versos. Me gustaba leerlos en voz alta, como declamándolos.

Desfilaban ante mí, Juana de Ibarburú, Conrado Nalé Roxlo, Rafael Obligado, Rubén Darío, Gabriela Mistral, entre otros. .

Cierto día apareció algo fantástico, la figura de Santos Vega, y me pregunto todavía, por qué memorizaba sus estrofas. Vendrían luego- más o menos a los seis años -el Martín Fierro. ¡ Qué placer! La lectura y declamación de sus verso eran como una oración sagrada. El octasílabo y la rima, evidentemente ejercían en mi pequeño mundo, un canto de irresistible fascinación

Mientras escribo esto, me voy dando cuenta que juntamente con la poesía y con los poemas históricos, fui amando la historia y por ende la investigación histórica. No los veo alejados de la poesía como parece a simple vista.

Por entonces, además, ya podía quedar contemplando largo tiempo alguna estatuilla, un cuadro, un dibujo, un charco, el cielo estrellado Estos lograban encender escenas y situaciones diversas, que vibraban en mi imaginación. Aparecían una y otra vez al escuchar un cuento, al contempla el empapelado de las paredes, o algunas sombras que se producían especialmente de noche, por la iluminación artificial, todas situaciones que debía, por alguna razón que desconozco- dejar testimoniadas en el papel.

Tal vez estas vivencias se plasman en mi adolescencia, cuando comencé a escribir poemas. Estaba convencida por entonces, que esto de escribir eran cosas de las cuales no se hablaba con los demás. Esta intimidad, me obligó a ingeniármelas para que no se esfumaran quien sabe qué maravillas.

Pero había un problema. Cuando releía los versos que había escrito, solamente podía recordar, en qué lugar estaba cuando los escribía y algún otro detalle, pero no podía revivir el momento de mis sensaciones al escribirlos. Creo que allí, específicamente puedo ubicar, una de las razones de insistir con la escritura poética.

Es allí cuando se plantea, cierta exigencia, cierta necesidad, de capturar esas fugacidades que inexorablemente se perderían. Es decir, las palabras estaban allí pero las imágenes no estaban. Esto evidentemente fue un proceso que pasó por muchas etapas.

Comencé a estudiar literatura y especialmente poesía, con una profesora particular Dora Martínez Díaz de Vivar, desde cuando hacía mis estudios secundarios en la escuela normal y así sucesivamente con otros escritores. De todos modos, tomé conciencia hace poco tiempo, que escribo a partir de imágenes, que a veces despiertan a partir de algo que me conmueve, otras veces se presentan solas, pero seguirlas me plantean desafíos, luego atraparlas y después dar el salto. Le llamo el salto, a esa entrega que nos lleva al lugar que no sabemos, si volvemos y cómo volvemos, con esa angustia que nos promete sin embargo cierta plenitud.

Siento gratitud por la fidelidad de los clásicos, quizá me haya brindado el ejercicio que me permite llegar a otros lugares donde ellos continúan trabajando y de la misma manera a los poemas de los otros poetas de mi entorno, los que pertenecen a mi tiempo.

Entre tanta poesía diferente, sin embargo estoy unida a la palabra de lo otros poetas, La mirada personal de ellos, me advierte de la existencia de algún denominador común. Al leerlos o al escucharlos, Cuando se produce esa emocionante empatía , me digo: ...- no estoy sola en mi andadura -.

Esto, lo expresa muy bien Gastón Bachelard en La Poética de la Ensoñación :

... La imagen poética puede caracterizarse como un vínculo directo de un alma otra, como un contacto de dos seres felices de hablar y de oír en esa renovación del lenguaje que es una palabra nueva. ...

Mi búsqueda de hoy, está orientada además, a cómo y cuáles fueron las mujeres argentinas que escribieron en medio de ciertas luchas, para dejarme y dejarnos este espacio.

Lo quiero introducir con la clararidad que lo expresa, nuestro poeta Manuel Ruano en el prólogo de Poesía Amorosa Latinoamericana:

...“La llave secreta para la poesía de esta parte del mundo, parece provenir de la pericia de sus cartógrafos, de los lectores de nubes, de las madonas y doncellas del buen viaje que arremetieron contra la impetuosidad, el cielo y, muchas veces, el suelo inhóspito que les tocó convertir en morada para sus descendientes.”

Somos las descendientes de mujeres como la salteña Juana Manuela Gorriti, (1816-1818?) una de las primeras escritoras en América Latina y propulsora de la defensa de los derechos básicos de la mujer en el continente.

Aunque hoy parece corriente que una mujer escriba, era verdadera excepción, en el siglo XIX, tanto en el Río de la Plata como en casi todas las culturas latinoamericanas. Pero además, Manuela Gorriti, participó en la defensa de la ciudad y fue condecorada por gobierno peruano. Cuando retorna a Buenos Aires , ya era conocida y funda el periódico “La Alborada del Plata”, Ella era el puntal de otras intelectuales que desde Lima o Buenos Aires, abrían nuevos espacios para las mujeres latinoamericanas de ese siglo. Así como Clorinda Matto y Eduarda Mansilla.

Del convento al cuerpo propio

por ANA GUILLOT

Sentar las bases. Decir quiero: que el espíritu, raíz, núcleo, luminosidad que nos sostiene seguramente debe de ser andrógino. Que el ser humano me parece un huérfano en camino, de vuelta a la casa (ni paterna ni materna, sino al propio anhelado territorio). Hacemos lo que podemos, y no quiero pelear con el macho si apenas puedo conmigo. Hermanos en el itinerario, padecemos los mismos avatares; tal vez, sí, de manera diferente. La biología es innata, pero también hay que aprenderla: a controlar esfínteres, a nombrar el idioma, a higienizarse el pelo, las costumbres. A pura dentellada la experiencia nos traspasa horizontalmente. Y es un paraíso, o es el reino de Hades. El asunto es que, por esas cosas de los XX XY, me tocó vehicular como hembra. Y si hay reencarnación y tuve falo, la verdad, ni lo envidio ni me acuerdo. Me planto, entonces, en este lugar, que es el que conozco, y desde el cual observo e interrogo lo que nos fue pasando a las que, por anatomía, tenemos un ritmo vaginal.

Presentes en el imaginario masculino fuimos intensos, maravillosos personajes de la griega tragedia mientras la mujer tejía su anonimato en un espacio privado, que sólo fue vencido por Penélope. Desde su propia construcción, es posible que los hacedores de mitos anduvieran buscando el reflejo de su propia ánima. Y aún desde su viril territorio cantaron, asertivos, nuestra naturaleza. Las heroínas de Grecia (como Scherezade en Oriente y otras hermosas mujeres de ficción) brillan con luz propia. A la par me pregunto: ¿qué habrán estado haciendo, mientras tanto, la vecina de Andrómaca, la dama de confianza de Antígona, la peluquera o la depiladora de Electra?, ¿dónde estaba la mujer de vida cotidiana si hasta Platón descree de nuestra almita? No hay registro. La mujer casi no aparece fuera de este espacio ficcional. La isla de Lesbos es el territorio absoluto. El resto es silencioso. Y, más acá de Grecia, la historia se repite. Seguimos vociferando y amando desde el ojo del hombre. Shakespeare, Dante, tantos que nos miraron (¿y admiraron?). ¿Emma Bovary hubiera vivido lo mismo contada por nosotras?, ¿y Eugenia Grandet?, ¿dónde está la mujer de carne y hueso?

También las brujas de la inquisición me reclaman. Me dicen: acá estamos. Ya no son personajes. Están activas, y subvierten el orden patriarcal. Muchas de ellas son religiosas. Aún así, leen oráculos o hacen música (sor Juana se avizora en el camino). Las bellas trovadoras de Dios (Hildegarda de Bingen, Margarita Porete y otras) son requeridas, pero después espantan. Huele a carne quemada todavía. Todas revolvemos el caldero donde los huesos de estas hermanas nos ofrecen un caldito enjoyado. Salvo raras excepciones, la loca de la casa, la mujer del desván, la extranjera, la que debe ser traducida (por lo que dice el hombre) anduvo por ahí, de cuerpo silencioso; a las brazadas en el mar ancho de sargazos.

Por su aversión al matrimonio, Sor Juana se mete en el convento. Y define, dos siglos antes que la Wolf, la plena satisfacción de un cuarto propio. Libros y astrolabios, versos y cartas rodean a la monja. Dicen las malas lenguas que amó a la virreina. ¿Y qué? Del convento a su cuerpo, absolutamente propio. De la periferia (de ser mujer, mujer de la cultura, mujer latinoamericana) a convertirse (y auto-erigirse) en centro de miradas, debates y admoniciones. Hombres necios y sor Filotea, que no lo es: nada la detuvo. Si la sociedad no alienta un espacio para el ser (hembra inteligente, buscadora), pues entonces hay que apartarse, y fundar el propio suelo, la fértil habitación donde sí sea posible encontrarse con quien verdaderamente se es.

Después llegó Virginia, y dijo lo que dijo. Y el cuarto pasó a ser un ámbito para la observación de nuestras necesidades. Entonces nos subimos a cumbres borrascosas. “Se necesita el don/ para entrar en la charca” dijo Blanca Varela. Y lo tuvimos. El don fue protestar para siempre, pisando la gramilla por la que sólo se deslizaba el masculino género, o entrar a la biblioteca que ellas no podían frecuentar. Propietaria conciente de sí misma, Virginia fue también dueña de su cuerpo de la manera como quiso serlo. Porque a Chloe le gustaba/ le podía gustar Olivia. Tan dueña fue que las piedras en sus bolsillos se la llevaron nomás, tal como quiso. Dueñas por fin del cuarto, de horarios y pulsiones; de decisiones y perentoriedades de hueso y carne. Ahora las heroínas son contadas y descriptas también por la mujer. Ya no configuran estereotipos; ahora se nos parecen cada vez más: temen, transpiran, tienen sexo, eligen, construyen la propia identidad. Han ido de la periferia al centro; y del centro a la necesidad de elaborar una nueva semántica (nombrar desde la hembra); una nueva sintaxis que incorpore y respire nuestro ritmo menstrual, la cíclica manera de vivir los procesos, la intuición que no descree de la razón. Mujeres y heroínas se acercan.

Finalmente estamos acá. A plena biología. Dueñas del deseo. Centrales. Ni Evas ni Marías. Ni Barbie ni la Olivia de Popeye. Cuerpos olientes, maternales, eróticos, disueltos, envejecidos. “Degustando un licor nunca destilado, borrachas de aire, corruptas de rocío; mientras el corazón pide placer primero (y recién después, ser excusado del dolor). Soltar la inundación, la poesía. Dickinson, Plath, Lispector, Marosa, Pizarnik; Storni y su hombre pequeñito, Mistral. El cuerpo nos pertenece y es un recipiente para el goce. Vaya cosa, qué bien. Es así como en toda la literatura, y por ende en el campo poético, el cuerpo empieza a ser un espacio que nos pertenece y que vamos a nombrar. Cuarto propio que late, gime, muerde, rompe el techo de cristal. Varela acaba de fugarse detrás de su noche de carne, “with music in her soul”, animal que no se resigna a morir, espina de sangre en el ojo de la rosa.” “Carmen Ollé reconstruye el cuerpo-objeto, el cuerpo normado para apropiarse de él, para hacerlo manifestación de ser” dice de ella la crítica Gaby Cevasco. “Tener treinta años no cambia nada salvo aproximarse al ataque/ cardíaco o al vaciado uterino….//He vuelto a despertar en Lima a ser una mujer que va/ midiendo su talle en las vitrinas como muchas preocupada/ por el vaivén de su culo transparente”. Se ha roto el paradigma. Ahora la construcción corporal es francamente activa.

Entonces circunscribo el ojo aún más. Me baño en las aguas de las poetas argentinas y contemporáneas: jadeo en el jardín de la Bellessi y en la erótica de Lukin, escapo por la escalera de incendio de Vinderman, me duelen las adolescentes vomitadoras de Yasán, investigo las celebraciones de Gourinski, acompaño a las mujeres que buscan el palacio de cristal que el río lleva (Úrsulas o Ervinias) de María Negroni. La Bárbara de Susana Szwarc canta (no sabe si por fugarse), y está ardiendo. “Soltamos las hebillas (del cabello),/ de a una/ nos soltamos y llega,/ ultraleve, desde distintos lugares, / una música que cada vez que se despliega,/ abarca el punto de partida…-Pájaros en la cabeza-habremos de oír,/ habremos de reír,”…Tibias, peronés, intestinos, piernas y entrepiernas. Cuerpo que envejece, e igual es hermoso y digno de nombrarse: “Seca./ Tierra sin riego./ Translúcida,/ expuesta a quebraduras mortales. /La ojiva medieval/ que esconde entre sus piernas,/ el amor veneris/ de otros tiempos,/ es carne trémula/ cuando un dedo/ asépticamente enguantado,/ pretende averiguar/ qué hay dentro/ de la añosa caverna.// Suya, tan suya,/ esa inseparable concavidad/ que la hace mujer hasta el final”. Alejandrina Devescovi me ayuda a concluir la construcción. El cuerpo glorificado es una red de luz, un tejido más largo y contundente que aquél, el de Penélope. El cuerpo individual; y también la red que nos conecta hermanadas. Ni en distorsión, ni fragmentadas, sino auto-construidas desde el propio interior; raigales. Listas para observar y observarnos; para modificar, si fuera menester, el universo patriarcal. En el espacio que elija cada una. Como la Bradamante de Italo Calvino, en El caballero inexistente, ser queremos: la religiosa, el caballero, la heroína y, ahora también, el narrador.