POR CARLOS ENRIQUE BERBEGLIA
No obstante los siglos de conocimiento acumulados a lo largo de la historia todavía continúan múltiples las aperturas a lo desconocido y la ignorancia se agazapa tras sus vanos esperanzada en traspasarlos, esas elevaciones siempre figuran dinámicas y paralelas y, en sus laderas, las preguntas, sin respuestas aún o pedagógicas, matizan sus paisajes variopintos: desde los estados de ánimo hasta la configuración del átomo ninguna entidad que cruce la visual de la conciencia deja de resultar simultáneamente explicado o transferido al ámbito de lo incircunscripto.
Que la poesía, luego, tan antigua, acaso, como el habla, prosiga implicando ciertas demandas al estilo de las cuestiones por la “misión de la poesía” o “cuál es su consistencia” no debiera convocar extrañeza alguna, habida cuenta que la poesía, la gran poesía universal, fundó su interés, indagativo y creador, en el develamiento de los abismos que interrumpen, arteramente, los conflictivos derroteros del andar humano, añadiendo a ellos la pasión de la belleza antes que las resoluciones de las tramas por esa misma vía.
Existe otro tipo de iluminación propia del alma, gracias a la que acentúa sus incógnitas o las resuelve tan sólo parcialmente mediante las ilusiones discursivas a las cuales, después, se vuelca, entusiasmada, dadas las resoluciones iniciales que le otorga el pensamiento; le sucede al acomodar sus tumultuosas ideas a las límpidas exigencias de algún sistema filosófico preexistente o generando una propuesta autónoma a partir de sí propia.
Supe contemplar a menudo, en los recovecos de las noches insomnes, en los caprichosos amaneceres primaverales, en los silencios desahuciados de los manicomios, en la alegría inaudita y sorpresiva de los enamorados, en el sabor a ozono que resta después de la tormenta, y en ocasiones distantes pero similares, a la lechuza de ojos muy abiertos en rauda conversación con otras aves que, a diferencia suya, al menos en su estampa siempre una, diferían de acuerdo con lo antojadizo de la ocasión su forma, tamaño, gorjeo y colorido en el momento de expresarse.
Caí en la cuenta, entonces, que todos esos vuelos figuraban iluminaciones, distintas iluminaciones poéticas y distintas iluminaciones filosóficas, de variada cercanía – lejanía, ora más inmediato el vuelo filosófico – poético que el de algunas poéticas o sistemas filosóficos entre sí, ora de una lejanía imponderable, hasta el extremo de impedirme discernir el ámbito desde el cual relato esta experiencia.
¿A cuántas conciencias, que cada una lo vive a su manera, da cabida el mundo?, ¿a qué denominamos “mundo”?, ¿al viento que sacude las ramas de algún árbol?, ¿a la señora probándose un par de zapatos en la tienda?, ¿al tren repleto de soldados que partió a Malvinas?, ¿a la pérfida complacencia de los obsecuentes hacia el poder político que los mediatiza y desprecia?, ¿al iluminado que conversó con Dios frente a la catedral de Amiens una tarde de otoño en la Edad Media?, ¿al confín del tiempo y el espacio extendido más allá del tiempo y el espacio y entregado a la voracidad creadora del vacío?
Dar cuenta de la significación de la poesía desde la poesía o la filosofía, pensar la filosofía desde una actitud filosófica o poética, experienciar cuanto denominamos “mundo”, desconocerlo exactamente desde las mismas actitudes, la síntesis (precisa) de la poesía, el encadenamiento (preciso) de una argumentación filosófica, la suma de las discontinuidades, la alteración de los ritmos, la ambivalencia de los juicios, todas esas actitudes intelectuales dan cuenta del mundo en tanto lo recrean en lo que posee de hermoso y salvaje, ferviente y despótico, alevoso, cercano, distante.
¿Qué tipo de “mundo” intuye un gato al observar los exteriores de la casa tras los ventanales?, ¿somos, acaso, para él, un ser extraordinario, a la medida de un dios que lo alimenta y cuida, o, simplemente, otro animal de gran tamaño de quien ignora su espiritualidad que atina a preguntarse, por qué, si él puede hacer feliz a su gato, no sucede lo mismo con los dioses cuando tratan a los hombres, tan dependientes de ellos como el felino de su dueño? Ciertamente no habrá de ignorar si otros congéneres del ser que lo protege obran por el contrario y maltratan a los animales extendiendo esta acción a los humanos, la historia siempre fue elocuente en cualquiera de los dos aspectos.
Por eso resulta vana la protesta de por qué los dioses nunca se comportaron con nosotros tal como nosotros lo hicimos con nuestros animales.
Si el que acarició a su perro esa mañana actuó de matarife/
torero en el ruedo/
cazador de gacelas en la estepa sahariana/
banquero en Amsterdam/
torturador en Guantánamo/
piloto de un bombardeo invisible para los radares de los pueblos oprimidos/
rechazó su oído a los desesperados/
se valió de palabras verdaderas para apostrofar a quienes defendieron con su propia vida una verdad acrisolada o postularan otra nueva/
al amparo de la justicia cometió las más horrorosas crueldades y pobló las cárceles de inocentes que todavía purgan la injusticia/
poseso de belleza deterioró los lienzos que la representaban/
o, simplemente, compartió su abrigo con el aterido.
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