domingo, 18 de septiembre de 2011

EL SILENCIO Y EL MISTERIO

POR CRISTINA PIZARRO

En voz desmayada y baja, de Ernesto Goldar

Buenos Aires: Vinciguerra, 2009.

“El silencio y el misterio”

Estamos ante un título que nos sitúa en el recogimiento, en un estado recoleto con nuestra alma. En voz desmayada y baja. Esa voz personificada nos conduce al silencio. Ese silencio del lenguaje a veces se convierte en desarraigo de la palabra, un abandono. No obstante esa visión del lenguaje como habitado por la derrota, por la frustración, que también se opaca en su significación, puede ser, el lenguaje como potencia, como figuración del deseo, como memoria velada, secreta. Se esconden los conflictos que podrían erigirse en una redención, como un augurio.

Será, entonces, el lenguaje poético el que atravesará el destino mediante las figuraciones, evocaciones, pliegues de la ensoñación. Ese lenguaje poético revela el espectro de las zonas inaccesibles de la conciencia y las vías postergadas y quebrantadas por lo azaroso de la vida. En el acto poético hay una evidencia del momento original de la escritura gestada en el hondo vivir y transitar por las situaciones en contacto con los otros. La conciencia de sí, la conciencia del poeta, que emerge de la palabra, se erige en las identidades en mediación con el mundo que habitamos. La palabra poética revela el gran misterio.

Asistimos a la resonancia de la palabra, su elocuencia, su propia fuerza de iluminación como la consecuencia del vacío de la propia voz, que está ligada a las resonancias de lo otro. El silencio tiende a la búsqueda de la iluminación en lo recóndito de ese mundo interior anidado en la voz del poeta. La palabra poética alcanza otros horizontes en la invención de un tiempo propio, de una intimidad de la historia tejida con las sombras de la presencia corpórea de los otros. La palabra poética es iluminación y también se acerca a la búsqueda de la verdad, elucida en el reconocimiento de la memoria y de la historia. Hay un intento de verdad poética aún conjugada con la fantasía.

El tono intimista nos remite a una violencia estética, con la ruptura del orden sintáctico, el coloquialismo que alcanza lo confesional. El verso se constituye en un orden propio, regulado por un movimiento inherente al mundo transitado por el goce y el dolor. Cada poema suscita múltiples resonancias cuyas reminiscencias se ligan a la nostalgia. Observamos un despliegue de sonoridades y ritmos que nos estremecen con interrogaciones que penetran en nuestra interioridad mental y física. La nostalgia exalta lo sensorial en un recorrido espacial por nuestra ciudad de Buenos Aires. Poeta y lector se unen en el acto poético entre los vaivenes del dolor corporal y anímico y del placer especulativo y de los sentidos. El poeta ejerce un desdoblamiento entre sus ensueños y la palabra verdadera surgida del intelecto. La voz desmayada y baja seduce, conmueve, altera nuestras percepciones, exalta nuestra duda ante la existencia, la soledad, nuestro ser en el mundo. Los poemas tienen una densidad magnética que despliegan resonancias infinitas, desde la fuerza originaria de la palabra hasta la creación propia de ese instante poético con sus ritmos, cadencias, alusiones, reiteraciones. Este alumbrar poético irrumpe como una auténtica experiencia poética.

Una estructura a manera de retablo políptico en cinco instancias: Poeta natural, Bien Polenta, Pastoral, Erdosain recobrado, Manera de valer.

El poeta natural tiene una promesa al aludir a la palabra diciente en ese tiempo heideggeriano que anhela al otro. (9) El poeta natural se funde con la mano en el acto escritural. (34) La indeterminación de ciertas situaciones otorga no sólo la imprecisión de la incertidumbre sino también el enigma en un final insólito: “y por encima tiembla una temperatura” (10). Tal vez los comienzos y finales insólitos de los poemas puedan relacionarse con el misterio de la vida: nacer y morir.

La sintaxis, la adjetivación, se ligan al nivel fónico para ensalzar al objeto libro.

A modo de oxímoron en la “semilla muerta”, (12) están el deseo y la adversidad. Con un matiz lingüístico de la palabra “aguante” que lo ubica en otra variedad, adquiere relevancia el Verbo, la fe y la esperanza.

Predomina a lo largo del libro el tono meditativo, intimista, coloquial y ciertos encuadres con interrogantes metafísicos y matices de oralidad, asociados a la nostalgia, a veces la desazón, lamento, recuerdos de los ‘tiempos borrados’. Hay un anclaje en el pasado en los sentimientos como ese beatus ille, sin embargo el poeta mira al porvenir. (“Nadie sabe lo que está por venir”, 24; “La insignia”, 53)

El poeta ve al otro, siente su proximidad, “un amigo que de repente muestra el otro rostro” (51). Hay un juego intertextual especialmente con esta Buenos Aires, el tango y el personaje Erdosain de Roberto Arlt.

En la última parte del libro la oralidad adquiere relieves a través del hipérbaton “ni otra cosa hacer” (101); esa violación sintáctica se constituye en elemento primordial para imprimirle al habla un aspecto más social.

El tiempo, el otro y la importancia de la reflexión, lo sistemático, lo intelectual, en Raro invento (103) se unen a su Ars poética en “Litigio” (99). La declaración confesional de Goldar se perfila en “Se eleva un instante” (110).

El último verso del poema Manera de valer, “el precio de la poesía es la vida” (129) erige al poeta como un ser comprometido con la historia que le toca vivir.

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