Por CAYETANO ZEMBORAIN
Hay mucho más de inefable en la escritura del poeta y su experiencia anterior, que en todo aquello que logra decir. No obstante ese fracaso en el centro del habla, nuestra relación con el mundo es de raíz eminentemente lingüística y sensitiva. Para Jakobson “el lenguaje es el medio fundamental de la comunicación, aunque no el único”.
Pero es más todavía, pues con el lenguaje lo conocemos, lo definimos, cotejamos, transformamos y hasta se lo gesta sin semejanzas. Esa dependencia impera no sólo con el matiz de lo verbal, sino con el lenguaje gustativo, auditivo, olfativo, táctil, visual y motor. Todo lo sensible crea la sensibilidad, y ésta, una apropiación única y singular de aquél en cada uno de nosotros. De allí que el poeta alimente su quehacer por intermedio de un insomne de sus sentidos, quienes permanecen más alertas que nunca cuando verbalizan.
He aquí entonces que me encuentro dispuesto a la tierra y su entorno. Huelo los olores frutales, pútridos, aromáticos, resinosos y ardientes; extiendo mi cuerpo para palpar lo áspero de lo suave, lo duro de lo blando, el dolor punzante y sordo, el frío del calor, lo seco y lo mojado, lo puntiagudo y romo. En numerosas oportunidades se me hace difícil discernir entre un sabor y un olor, porque ha una continua colaboración entre las sensaciones gustativas y olfativas, aunque diferencie gustos amargos y dulces, salados y ácidos, alcalinos y metálicos. Tampoco me son ausentes los sonidos de la noche o los ruidos de la ciudad, algunos oscuros, confusos y turbios; otros a su vez claros y transparentes.
Quedo sorprendido por la altura de sus agudos y bajos, y distingo los sonidos de una misma frecuencia e intensidad por intermedio del timbre de cada uno de ellos. entiendo lo que nos rodea por la visión, que denuncia por intermedio de la iluminación, el color, el tamaño y la posición, las formas sensibles. Por fin abarco el movimiento, la tensión, la fuerza y el peso, y advierto el esfuerzo que realiza mi vida, aunque sienta hambre, sed, saciedad, repugnancia o náusea. Estas sensaciones transmitidas por los órganos, se licuan en percepciones en el cerebro, y de pronto soy un cronista del universo que me circunda, o bien una piedra que permite todas las lluvias y todos los soles.
Sea el mundo objetivo tan inmediato, o el subjetivo o mediato, la relación en ellos transita por la atención sensiblemente captada. Todo ese territorio sensible, todos esos estímulos verdaderos o inverosímiles, finitos e inabarcables, se vuelcan en mi percepción y la ajena, haciéndonos constructores de asociaciones verbales que significan co los entramados de la palabra, lo gestual lo corporal, entre otros. Y esta trama que fijan las palabras, avecinan al lenguaje humano la noción de cópula, de proximidad y apareamiento, estableciéndose vínculos con puentes incontables. Y así, en la lengua poética la palabra cuando no es por sí, produce con otras una “conducción sensible” cuya esencia en la arbitrariedad, y su rostro la imagen y la metáfora.
Ignoro si existen incontables puentes que todo lo encadenan. Me atraen aquellos que titilan lo invisible en la finitud de millones de caras, porque me permiten entrever que en el pequeño cosmos de un carozo y una palabra que lo denuncia, hay la posibilidad no acotada, no medible entre una orilla y otra. ¡Cuán patético el eco y su resonancia!, disolviendo toda idea de mensura, de aplacar, de conocer, haciéndome perder referentes de distancia. ¡Cuántos puentes en uno se vuelven miles en el viaje de ida de refresco!; y he aquí que en el poeta esos puentes obran en tropos, superficie rugosa de los sentidos, transformando una realidad conocida en una propia y original. Y entonces diré: “crepitar los huesos del otoño! (d.a.), “una campiña arañada por los sonidos verdes” (d.a.), o “el humo de barro cruje pan en mis fauces” (d.a.).
Confirmo luego en cualquier hito íntimo su sometimiento a la palabra, la cual remite siempre aun preconocimiento perceptivo. El mecanismo de asociación le da valor por sí, ya sea por la semejanza, el contraste o la contigüidad en conexiones espontáneas, y automáticas. Como una gran vía láctea ese fenómeno elemental que forma parte de la conciencia, termina siendo una representación, una imagen, un recuerdo, un concepto, un sentimiento, gestando mundos hasta ahora desconocidos.
En el poema entonces se introducen los sentidos, no como un fin en sí mismo de carácter hedonista, sino con una apoyatura insita en lo expresable. Si analizamos este juego sensible que denota el poema, se nos revela que priman mayoritariamente las imágenes visuales, y en menor intensidad las auditivas; lo cual permite adelantar que la poesía está conformada como un lenguaje audiovisual. Aquellos puentes que nombramos porque todo lo unen, conducen en el poema sólo lo receptado por el ojo y el oído, dejando fuera las percepciones estimuladas por el gusto, el olfato, el tacto y lo motor-muscular.
Es justificable esta comprobación porque las imágenes sustentadas por lo visual adquieren un poder de traducción más inmediatos que los demás sentidos, siendo factible esa traslación ante ciertos impedimentos de los otros sensibles, lo que atribuyo más a lo infrecuente de su uso que a la imposibilidad misma. Sólo lo auditivo posibilita un acercamiento a lo visual por los elementos propios de la poesía como lo son el ritmo, los acentos, la métrica, el ordenamiento estrófico. Todos y separadamente están orientados con intención a estímulos auditivos en el lector u oyente del poema.
Cabe afirmar, entonces, que la poesía se me muestra como un arte insensible, porque valiéndose prolíficamente de los sentidos señalados no deja evidentes a los otros, resultando ocultamientos y oscurecimientos no queridos. Entonces se impone una pregunta: ¿están los poetas haciendo una traslación torpe, insuficiente, pobre, parcial y hasta incongruente de lo que realmente quieren decir, significar, sensibilizar, transmitir? Preguntemos: ¿estamos accediendo a todos los registros que permite la garganta y sus cuerdas? Desnudos en el espacio receptamos infinitos sensibles ¿pero a su vez, los emitimos con toda la riqueza que requieren para hacernos más bellos y verificables en la reescritura que plantea el lector’
Particularmente pareciera lo contrario, pues no hemos penetrado en todos los universos posibles. Vivimos hasta ahora en el balbuceo constante y rudimentario del que recién está iniciándose en el habla, y en esa diáspora de palabras, las mostramos con la impericia propia del recién llegado, con bajo perfil e incipiente sensibilidad.
Está en cortocircuito el mecanismo asociativo tan propio de la poesía. la crisis de los nexos implanta por su para el desconcierto, al ignorar las razones profundas de este desmantelamiento sensible que acusa el poema y el versificar. Es en principio evidente que mucho de ello tiene que ver con la cantidad sobreabundante de estímulos que captura el ojo, en detrimento de una pobre estimulación de los otros sentidos. Resulta tangible en lo anteriormente expresado, la evidencia de los hábitos seculares en el hombre y por ende, en el artista, el cual no es ajeno y, que se trasuntan en la baja frecuencia receptiva y traslativa en el planteamiento y ejecución de la obra de arte. Por último, es atributo de la ausenta detectada, las dificultades que originan las asociaciones, que se montan en el cotejo, la comparación. Tomando un ejemplo burdo a lo acotado ¿cómo podríamos crear una analogía gustativa en el supuesto de vivir una sensación de masticar una manzana y el residuo de sus percepciones, sin caer en la reiterada imagen visual? ¿Podrán los poetas, construir hoy una imagen gustativa, olfativa, táctil, o motora, en este gran desafío de nuevo lenguaje poética que vendrá?
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