domingo, 18 de septiembre de 2011

QUÉ ES LA POESÍA

POR NORA DIDIER


Y bien, muchas veces nos preguntamos sobre la poesía, intentamos definir a esa “hermana menor” en la historia de la literatura. Yo voy a acocar, tentativamente, algunos conceptos a propósito de su esencia e irradiación.

Etimológicamente la palabra Poesía proviene del vocablo poiesis (creación, composición). Dice Platón en “El Banquete”: “toda actividad que determina el paso del no ser al ser es poiesis, de manera que todas las obras producidas por cualquier tipo de arte son poiesis y los operarios que realizan tales obras son todos poietai o sea hacedores”. Aristóteles fue el primero que utilizó el término poética al titular así al primer tratado sistemático que presenta consideraciones referidas al hecho de crear artificios ficcionales mediante la palabra. El concepto abarcó a todo el arte de la creación gracias a la palabra, noción que a partir del siglo XVIII nos llegará como literatura. Ese significado primario alude a todo lo escrito, en prosa o en verso, de la manera como se manifieste: lírico, épico o dramático. Reproducir e imitar llevan al vocablo tejné: arte. Por ello en Aristóteles la poética es arte y técnica hacia la belleza (belleza deriva de Kalos: llamar, invitar). Poética determinó una ambigüedad con respecto a la palabra poesía, pero afianzó las ideas relacionadas de: creación, acto creador, llamado y hacedor; y en esta cinco voces se sintetiza la definición de poesía: es obra de un creador, un hacedor, es entonces una creación en el orden de la ficción en referencia al mundo que se muestra, y significa un encuentro de subjetividades, una reunión, desde la belleza.

Resulta imprescindible dejar en claro que la poesía –y el arte en general– es parte del hombre, del ser en cuanto a su poder unitivo y comunicante (virtual definición), y que por otra parte, representa la intradía por donde corre la historia. La magnífica tarea de recrear y su goce estético derivado, sin inherentes a él, mejor dicho, a su interioridad, que roza así la zona sagrada, es decir, el gran Espacio y el gran Tiempo. La tensión humana hacia ese universo de la poesía no puede ser abandonada en la orilla porque hace al ser y a su permanezca: es constitutiva; su desaparición implica la desaparición del hombre, tal como hoy lo entendemos. Podrá unirse, comulgar con otras formas nuevas o antiguas, pero conservará su propio bosque, su espesura.

Al nombrar la poesía, señalo siempre esa zona sagrada que se establece entre dos subjetividades; una zona que es otro espacio inconmensurable, donde se realiza una relectura del mundo y de los seres que en él habitan. La visión poética es una apertura hacia lo continuo, hacia las raíces, ya que consiente una captación totalizadora de la realidad. El universo tiene más de un significado, y el poeta es el que los muestra, descubriéndolos hasta en los aspectos más sutiles y recónditos. Él escucha las voces del ser y las transfigura a través del lenguaje, y con ello, muestra también el estado de transfiguración de nuestra naturaleza; por eso, su lenguaje es asimismo totalitario, es decir, de intensidad, abarcador, y el poema no “habla” sobre el mundo, no “dice”, sino que se equipara al mundo porque expresa su “hacerse constante”, el poeta ilumina, escucha, repite, es –como manifiesta Bachelard– “una voz en el mundo”.

El proceso lírico es un don, un privilegio del cual goza el poeta; es además en cuanto creación, un hecho individual, manifestación de un ser ubicado en un contexto histórico y en una sociedad. Esto constituye una situación concreta, presente e el discurso poético. Pero lo que el poeta expresa más allá de esa “cáscara” que en cierto modo lo determina, está fuera de los límites geográficos o históricos, porque el creador se refiere a todo aquello que pertenece a la esfera de lo universal; la categoría de lo universal es premisa básica de la poesía. Ella inspira a la validez universal partiendo de la experiencia particular del poeta. El poeta afirma la intención de ser un resonante para todos los hombres, de todas las épocas, fuera del aquí y el ahora circunstancial, como inmerso en el Tiempo, en eterno presente que reactualiza y vigoriza con cada nueva recepción, con cada nuevo lector. El creador transforma el lenguaje en materia moldeable, fundida en exquisita comunión con el plano significativo. Las palabras sugieren, se mudan, se vuelven poderosas, mágicas, resplandecen, porque las anima la facultad creadora del poeta. Las palabras aparecen como una oportunidad nueva de vida, como si fueran recién estrenadas. Para que este nacimiento sea posible, debe hablarse del don profético, ese atributar singular que lleva al poeta por caprichosos, bellísimos senderos hacia la gran zona donde se siente y vibra el ser.

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