viernes, 2 de enero de 2015

Miguel Ángel Pérez: EL QUE CONOCE LA COPLA

POR: Santiago Sylvester

Hay una savia antigua que viaja desde hace siglos a través del lenguaje. Se trata de un regusto, de una manera de usarlo, que comenzó a formarse cuando el castellano todavía conversaba con el latín. En esa época fue fraguando una prosodia, casi una entonación que va y viene, que a veces se pierde y de pronto reaparece; y que es un caldo fuerte, lleno de sustancia y contenido, donde se cocinó una expresión que representa bien, y mucho, a la cultura popular: la copla.
Estoy hablando de España en el siglo XV, tal vez XIV, cuando las sátiras, el humor, las sentencias y la intención llegaban versificadas, y es por entonces que se definió en nuestro idioma esa cuarteta de ocho sílabas que, hasta hoy, no ha perdido vigencia. El gusto por la copla marcó a fuego la cultura del Norte argentino; y se puede recordar que un sello fuerte de esa región, como es la baguala, proviene de un injerto prodigioso: un sincretismo entre la música andina, pre-colombina, y la copla española; un encuentro, tal vez un encontronazo, que dio origen a ese quejido doliente, y a la vez lleno de alegría, que es una de las expresiones más genuinas del Norte.
Miguel Ángel Pérez, o mejor Perecito, se alimentó de esa mezcla, y de ella sacó sus mejores razones para plantarse como un poeta que, aunque se haya ido, seguirá mucho tiempo entre nosotros.
Fue un conocedor serio, honrado, de los secretos de la copla, y los usó toda su vida, siempre buscando el «algo más» que tiene que dar esa expresión de forma fija. Perecito, como buen vallisto, tenía el don de saber usar los silencios del Valle Calchaquí, y la copla se presta para mostrar ese reposo anímico. En ésta es evidente, se oye el silencio:

Qué triste allá en Angastaco
cuando acaba el carnaval,
se van secando las viñas
y se agranda el arenal.

Sabía la medida de ese conocimiento antiguo, la proporción del mundo y la discreción para contarlo. Porque todo esto exige la copla. Conozco desde mis remotos veinte años una copla de Perecito que siempre me ha parecido un ejemplo de la medida justa, de la discreción que está en el espíritu del cancionero, y quisiera explicarlo un poco. La copla dice:

Cada que se oyen las cajas
me acuerdo de un carnaval
que me agarró por San Carlos
y me soltó en El Barrial.

El arranque exhibe lo más auténtico de la oralidad: la copla es, sobre todo, para ser oída, y ese primer verso es la síntesis de una totalidad. Pero hay algo más sutil, que expongo brevemente porque ahí aparece el uso de esa proporción de la que hablo. El carnaval, dice la copla, lo agarró en San Carlos y lo soltó en El Barrial: dos lugares del Valle (un pueblo y un paraje) muy próximos entre sí, zonas vecinas; por eso siempre pensé: Perecito no exagera porque sabe de qué habla y, en consecuencia, cuenta una experiencia verdadera. No me refiero, por supuesto, a que ese «encuentro» entre él y el carnaval haya existido de verdad, esto no importa en absoluto; lo que quiero decir es que cuenta una experiencia poética verdadera: hay allí una verdad de fondo que tiene que ver con la poesía, no sólo con una anécdota. Es muy probable que un poeta desconocedor de la mesura hubiera exagerado aquella fiesta, buscando un resultado jocoso, y hubiese terminado uniendo Ushuaia con La Quiaca. Perecito, no: y no se excede porque no sólo conocía la geografía sino, sobre todo, la potencia de lo justo, la fuerza de la medida específica. No estaba preocupado por una gestualidad sino escribiendo una copla; y no es poesía todo lo que viene con esa forma.
Él mismo reveló su secreto, y lo hizo como sabía: no dando explicaciones sino acercándonos la clave de por qué la copla fue para él lo natural, lo más cercano a su respiración; enunciando, sin proponérselo, una especie de «arte poética» al paso:

Por las coplas no me apuro
mientras tenga la tonada;
cuando el cerco está seguro
solita entra la majada.

Esta mesura (esta sabiduría) la tuvo para hablar de la lluvia, del amor, de la muerte y, lógicamente, de la vida: algo en lo que Perecito también fue ducho; ahí están sus ochenta y dos años gastados intensamente, como el buen amigo, como el buen poeta, como el buen coplero que fue.


Coplas de Miguel Ángel Pérez

Entre Cafayate y Chimpa
se me ha perdido una copla,
dicen que la hallaron muerta
llena de arena la boca.

Tengo una copla nuevita
que no encuentra su con quién,
y tengo una copla vieja
que está dele florecer.



La lechuza cuando es noche,
sentadita en una rama,
con un ojo mira el mundo
y con el otro lo cambia.

No pregunto por el precio
cuando ando de comprador,
si me calza bien la prenda
pago, la enanco y me voy.

Por el río Lorohuasi
ayer cantó un tolombeño
y hoy amaneció solito
sobre la playa un sombrero.

Ya me estoy volviendo lento,
ya me estoy medio cansando,
y’ ando mirando pa’l suelo,
quién sabe qué ando buscando.

Sabía haber una carpa
en los pagos de Los-Los,
donde cantaba Albecita
y llorábamos los dos.

La pucha con este olvido
no había servido de nada,
en cuantito me descuido
me mira con tu mirada.

viñeta: Ileana Andrea Gómez Gavinoser
Nº 17 SEPTIEMBRE 2013


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