lunes, 28 de septiembre de 2009

OCTAVA ACRÓSTICA


Durante el S. XVIII, la moda de una poesía cortesana se instaló en los virreinatos americanos y estaba destinada a celebrar y llorar victorias o muertes de nobles. Ésta sobresalió en Lima y México.
Buenos Aires, mercantilista y laica, se mantuvo al margen. No obstante ello, en la época de su primer Virrey Cevallos y, a través de su victoria ante los portugueses, comenzaron a surgir composiciones poéticas de variadas estrofas y metros: odas, sonetos y romances. Sus tonos laudatorios y oficialistas se acercaban más a la adulación heredada del Renacimiento y a la búsqueda de fama.
Los poemas formaban parte de un ritual colectivo y, podríamos decir, eran masivos. Se promovían a través de grandes carteles en lugares visibles y de gran asistencia de público (ceremonias o «colgaduras negras de los túmulos», en los entierros.)
En lo formal, estos poemas tienen su costado lúdico. Conformaban: acrósticos, laberintos, juegos de rimas en décimas, sonetos y redondillas enigmáticas. Por el manejo del espacio, se emparentan con las Artes Plásticas. Hay quienes sostienen que se asemejan a los ideogramas de las vanguardias de principios del S. XX.
Podemos citar, dentro de este tipo de versificación a Maziel con su Jácara Trotona (1768), que celebraba la expulsión jesuítica y la Oración fúnebre a Cevallos.

PUBLICADO EN EL Nº 11 INVIERNO 2007

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