lunes, 28 de septiembre de 2009

LA COMPLEJA EXISTENCIA Y SU RESOLUCIÓN POÉTICA. ALFONSO SOLÁ GONZÁLEZ

por Nora Didier de Iungman

Un poco de historia. Ubicación estética. El Romanticismo, como movimiento en sí, es una creación alemana compleja, por su grado de apertura. Y el hecho fundamental que lo lleva a constituirse en la “puerta abierta” a las expresiones del Siglo XX, es sin dudas, su alto acatamiento a la subjetividad. La razón pierde su lugar preponderante: lo que vale es la emoción, el sentimiento vivo y todo aquello que involucre al concepto de irracionalidad, incluyendo espacio onírico y locura. La imaginación romántica se alimenta de visiones y de sueños, circunstancia que retomarán las corrientes posteriores (llegando a la exaltación del surrealismo). El Yo del Romanticismo busca lo absoluto, le atrae el misterio y la imposibilidad de alcanzarlo, origina en él un hondo sentimiento de melancolía (ya se verá cómo este último deviene en una escritura que sobrepasa al término aludido y se vuelca en profundidades peligrosas).
“La generación poética del 40” (denominada así por León Benarós), o “neorromántica” (al decir de César Fernández Moreno) no olvida los rasgos esenciales del movimiento de origen, pero hace uso de la libertad que la corriente ha pregonado desde sus primeras consignas. Ricardo Molinari próximo a ella por el lugar que otorga al sentimiento desde la elegía ym la idea del poeta como demiurgo, con el respetuoso alejamiento del mundo digamos “abierto” de la vida literaria (en cuanto a su obra), abre el camino a varios poetas entre los que se halla Solá González. El grupo del 40’ reunió en Paraná (Entre Ríos) a un importante grupo de escritores: Juan L. Ortiz, Guillermo Saraví, Gaspar Benavente, Carlos Mastronardi, Alfonso Solá González, Carlos Álvarez, entre otros. Cuenta la Profesora Delia Travadelo en su ensayo La Generación Poética del 40’ 1 que “El agrupamiento se produjo ese año de 1940. habían acudido a la convocatoria del Premio “Martín Fierro”, que […] había instituido y solventado Oliverio Girondo, a través de la SADE, para ser adjudicado durante tres años consecutivos, a jóvenes poetas argentinos menores de treinta años”. El llamado permitió un excelente intercambio entre los jóvenes de las distintas provincias.

ALFONSO SOLÁ GONZÁLEZ,
EL POETA NACIDO EN ENTRE RÍOS.

Después de la breve ubicación histórica y estética, vamos a hablar de la poesía de Solá González quizás, uno de los grandes creadores argentinos y, paradójicamente, el menos leído. Una cronología básica, esencial, acerca fechas y lugares que dejan su impronta en el decir poético. Nacido en la provincia de Entre Ríos (en Paraná, precisamente), en 1917 y desaparecido en 1975, de muerte voluntaria en Mendoza. Cinco son los libros publicados (siempre por mediación de sus amigos): La casa muerta (Tucumán, 1940); Elegías de San Miguel (Bs. As,1944); Cantos para el atardecer de una diosa (Mendoza, 1954); Tres poemas (Bs. As., 1958) y Cantos a la noche (Mendoza, 1963). Hay, por otra parte, poemas dispersos en revistas, periódicos y antologías, entre las que se cuentan “Cincuenta años de poesía en Mendoza” y “Poesía Argentina contemporánea”, editada esta última por la Fundación Argentina Para la Poesía, en 1980. se pueden reconocer en su obra completa tres influencias: Juan R. Jiménez, por el empleo de la elegía, Lubicz Milosz, con la dolorosa búsqueda de lo real desde el misterio y, Rilke, con su evocación de un pasado que ha sido asumido desde la mirada inquieta, desafiante del poeta.
Con el presente trabajo me oriento a indagar y a comprender los extraños centros y las uniones que se perfilan a partir de las vivencias, la cosmovisión (referentes extradiscursivos), hasta el espacio poético, es decir, los puntos de contacto entre creación y creador. En definitiva, el riesgo que confirma las palabras de Hölderlin: “La poesía es un juego peligroso”; agrego: donde las relaciones más inesperadas y las reacciones más paradójicas son posibles. He aquí la primera estrofa de “El Soñador”2 que condensa con certeza lo que he expresado: “Errante, más allá de las fronteras/ que los jardines ponen al olvido;/ más allá de los mares que embellecen/ las delicadas orlas de la muerte,/ el soñador, el huésped del delirio/ bebe su lenta luna envenenada”. EL PERFIL DE ERRANTE que va más al fondo, en el lugar donde el hombre es, buscando, siempre buscando, esa raíz que se escapa y, que lo vuelve soñador en el reino del delirio, trasgresor y susceptible de caer en el abismo, es una isotopía reincidente bajo diferentes términos en toda la extensión poética de su obra. El canto severo y melancólico, en formas cuidadas, va delineando otras isotopías recurrentes que conforman su andadura lírica: la SOLEDAD, el extrañamiento permanente ante la imposibilidad de asir ese tiempo efímero, ese misterio, esos amores cuya única vida es la evocación a la distancia. Hay un registro del tiempo perdido y, un conflicto existencial entre la realidad y el deseo, con conciencia de precariedad humana, situación que motiva tensiones que no se pueden conjugar: “Yo te buscaba en la belleza de los días antiguos,/ ya cantara en la luz celeste verano/ o el invierno apacible nos reuniera en la casa./ Te preguntaba de qué era la esperanza,/ qué prodigiosa mano la gobernaba,/ qué fuego valeroso la sustentaba en esos días de otro tiempo”. Y este poema de Elegías de San Miguel, finaliza con los siguientes versos: “Amor, Amor, los últimos ángeles cantan en la luz de las ruinas/ y los muertos de mi corazón te llaman en el otoño.” El DOLOR, subyacente, hondo, es el sentimiento de un YO poético (no como sujeto biográfico porque lo trasciende), que vaga solo con las PÉRDIDAS y la NOSTALGIA del bien perdido. La soledad es la presencia que le hace decir con el tono grave y definitivo de la alta poesía: “Entonces, como el rumor de plumas solitarias que caen,/ o como el silencio del recuerdo creciendo/ en la violeta de los libros queridos,/ escuché la voz de la soledad que me llamaba para siempre.3 Nótese en todos los fragmentos de poemas transcriptos hasta ahora, la ausencia de colores fuertes o brillantes, salvo el fuego relacionado con destrucción y purificación, o bien, el fulgor de las piedras preciosas o los palacios que pertenecen a otro tiempo, a otro espacio.
La conjunción de soledad, melancolía, ausencias, cierra PUERTAS, hecho que impide develar el misterio porque invade todos los rincones del creador, llena su palabra con los eternos juegos afirmados desde las figuras mitológicas (incesante retorno de la vida),el sueño, el estado de vigilia: Eurídice, Orfeo, Dafne, el fuego, los reptiles, los palacios (y la brillantez —como ya se dijo— de un modo pasado), etc. El penar por la amada ausente se plasma en “Cantos para Dafne Florecida” ( de E. de S. M.) con abarcadoras construcciones que conllevan una intensidad emotiva y concluyente; sus últimos versos así lo manifiestan: “Y querrás preguntarte atormentada, ¡oh Dafne, Dafne!/ por qué el amor se yergue hasta ser azucena purísima en su gracia/ y por qué luego, lentamente el amor se desnuda/ para ser una espada de ceniza y de frío./ Y entonces no estaré para decirte: ¡Mira!/ y mostrarte la llanura de silencio, el olvido:”
La NOCHE acompaña —en todas sus formas, con sus elementos y los vocablos relacionados— esa sensación de extravío en un universo donde los sentimientos ya no tienen cabida: “Canto a Aquiles, yo cristiano y hombre/ de estos tiempos de injuria/ y pido su silencio entre los Héroes/ para mirar la noche, la terrible morada”4 . Y estas impresiones en CANTOS A LA NOCHE: “Oh noche, madre inmensa/ tendida en los callados arenales de ébano”, “vieja loba nevada”; “tus majestuosos racimos genitales”; “tus ubres consteladas”. Ella reordena con su sombra el orbe de la frivolidad: la “cueva de culebras brillantes”, la “esmeralda oscura”, el “dado de oro de la muerte”. En “Ici repose Max Jacob” expresa: “Otras veces los caracoles son los visitantes./ Juegan despacio y no honran a nadie./ saben demasiado para ocuparse de las piedras preciosas,/ de los adornos de hierro, de las otras almas”. Los dos trabajos mencionados en este párrafo sostienen un modo distinto de tratar el material poético, pues están ya más alejados de los postulados de la generación del 40’ (de ELEGÍAS DE SAN MIGUEL, LA CASA MUERTA, CANTOS PARA EL ATARDECER DE UNA DIOSA) y su profundo lirismo se “objetiviza”: se coloca más a la distancia para ser mostrado, de tal manera que se logra una actitud más compleja, tal vez más madura en el encuentro con la belleza, un énfasis exclamativo de absoluta totalización e intensificación, a ellos se suman un fuerte nivel de conmoción y una actitud agónica; en resumen, un estado de indefensión que sólo alcanza a resolverse, a dibujar quizás una salida, desde la palabra. Porque creador y creación pasan a ser la indagación sobre la esencia misma del quehacer poético y de la poesía. El profesor Francisco Mian destaca al respecto. “Una poesía que se mira en el espejo […] que persigue la incorpórea y lejana figuración de la belleza sin término que sólo pueden captar los ojos ausentes de quien contempla un sueño”. La tristeza origina una escritura hecha con fina ironía y con el humor proveniente de la pasión ennoblecida por el desgarro íntimo, como la de quien ya está “de vuelta de todo”.
Entonces, hemos caminado en torno a lo inefable con la pena errante y como manifiesta Ana Freidenberg: “la severidad de su canto”; hemos soñado junto al soñador de aquello en apariencia, irrecuperable, con su melancólico decir, arribamos con un náufrago, el hombre de la intemperie, con las puertas definitivamente cerradas. Pero estamos, sí, con el auténtico creador y en la más alta Poesía.
¿Hasta qué otro paisaje he de llegar/ para encontrar la tan querida muerte?/ Las piedras de otros países no te responden/ y el mar alza la lámpara de los pájaros grises/ para decir que no./ No busques el camino más allá de la infancia./ En tu casa hay una vieja fotografía/ donde ya estás muerto,/ Alfonso.
La última composición (con forma literaria de los cantares españoles), de este exquisito poeta crepuscular está fechada el 21/10/75, un día antes de su muerte. Extraigo de ella algunos versos: “Ábrame la puerta, madre/ por el Cristo que me hiciste./ Llama en otra puerta hijo/ porque esta puerta no existe. / Y aquí termina el cantar/ del que llamaba en la puerta./ la madre no lo sabia,/ la calle estaba desierta”.

El soñador

A Sofía Maffei

“…nightly she sings on yon
pomegranate-tree…”
Shakespeare


Errante, más allá de las fronteras
que los jardines ponen al olvido;
más allá de los mares que embellecen
las delicadas orlas de la muerte,
el soñador, el huésped del delirio
bebe su lenta luna envenenada.

Coronados los ojos por la noche
labrada como un himno;
laceradas las sienes por la música
que las piedras arrancan del amor,
el soñador contempla la batalla,
el polvo azul de las espadas
cubriendo la memoria y los palacios.

Su canto más antiguo que estas piedras
pulidas por la muerte,
más hondo que estas pálidas cisternas
donde el olvido entierra sus estatuas;
su canto circular como la noche,
como el cuervo lunar,
regresa a las terrazas donde brillan
los pórfidos del viejo paraíso.

Retorna como un río
largamente quejoso, de la dicha,
de una ribera portentosa
donde las ruinas del amor levantan
sus ónices cubiertos por la hiedra del sueño
y las batallas.
Retorna como el paso
de un mendigo pródigo
viajero en la carreta morada del otoño
que trae la melodía de otra fiesta.

Con los ojos quemados por el polvo nocturno,
por la celeste sal de las estrellas,
el soñador contempla el luminoso
ciervo del cielo y en sus párpados
una herrumbre de plata se endurece.

El soñador descifra el bello rostro
de la amada dormida
bajo el alucinado hierro azul de la luna
y el ruiseñor del mundo
mueve una fuente oscura y un granado.

Más allá del desierto que devora
las lámparas y el rostro de los sueños;
más allá de los muros que levantan
la cal y la saliva de la muerte;
más allá de las rocas donde embisten
con sus hocicos de espumosa hiedra
los caballos del mar, donde se hunde
el trono majestuoso de la noche,
alguien sueña
y la antigua nostalgia de un granado
lleno de ruiseñor le quema el pecho,
para que el ruino oscuro de una rosa
ate un río de pájaros al mundo
y una perdida música
cruzando el paraíso
que el amor arrasó con luz pesada,
descifre otro jardín, otro relámpago.

La corona desciende
como un imperio calcinado y bello
sobre la cabellera del que duerme
y la quemada piedra de la noche
vuelca sobre su río iluminado
una copa de brasas amarillas.

(del Libro:Tres poemas)

1 Delia Travaledo. Instituto de Cultura Hispánica. 2005
2 Tres Poemas
3 Palemor II – E. de S. M.
4 Poema inédito publicado en la revista Último Reino, 1998)

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