martes, 29 de septiembre de 2009

LA POESÍA


POR JUAN MARÍA GUTIÉRREZ

“EL correo” abre desde hoy una Sección que llevará por título “POESÍA AMERICANA”. En ella trataremos de reunir las inspiraciones notables, las verdaderas perlas de la Musa del Nuevo Mundo, pensadas y escritas en el hermoso idioma castellano, desde el Golfo de México hasta el Río de la Plata, sin predilección hacia ninguno de los Estados en que se halla subdividida la vasta tierra que fue conquista española.
Una clasificación trazada a compás es útil para el estudio de las flores de un herbario; pero inoportuna y fastidiosa cuando se trata de flores poéticas, cuya lozanía agosta y cuyo aroma se desvanece desde que la palpa la mano avejentada y pedantesca de la retórica. Los nuestras aparecerán en desorden, como producen las suyas las márgenes de los ríos patrios, desiguales en el tamaño, en el color, en la forma; humildes unas y melancólicas como la flor del aire y la pasionaria; otras arrogantes, embriagadoras y voluptuosas como la rosa de todo el año, la diamela y las encendidas arirumas.

Pero no por eso habremos de proceder sin alguna regla. Será la que nos guíe la que está escrita con caracteres misteriosos en el corazón de quien le tiene acostumbrado a recoger todas las gotas generosas del sentimiento, todas las chispas del entusiasmo, antes que caídas al suelo se mezclen con el lodo o con la ceniza. Cuando una página en verso nos haga pensar, o nos oprima el pecho, o nos acelere el movimiento de la sangre, la trasladaremos inmediatamente a las del “Correo”, seguros de que producirá en sus lectores la misma impresión que nos causó a nosotros; mostrando así que lo que se llama el buen gusto no es otra cosa que una centella componente indispensable de toda alma humana, que si no brilla a veces es por falta de un soplo que la avive. He aquí nuestra estética y nuestro arte poético.

¡Ah, no desdeñéis los versos, vosotros, espíritus positivos que os afanáis en prosa por lograr los bienes tangibles de este mundo! Reflexionad un momento y veréis que un endecasílabo bien hecho tiene todas las calidades de una guinea inglesa, el sonido metálico, el brillo, la gracia perfecta del sello, la buena ley y el peso íntegro; y que por esta razón los renglones que acuñaba el genio de Byron se cotizaban a la par que las libras esterlinas en el mostrador de su librero […]

[…] Las cosas más visibles se nos esconden entre las sombras de nuestras distracciones. Desdeñamos la poesía, mientras que todo es música y poesía en la naturaleza, puesto que cantan las aves, susurran las ramas y los arroyos, y silba el huracán en las montañas, en las ondas hinchadas del mar. El libro por excelencia, la fuente perenne de la mejor moral, el que rebosa en espíritu de sabiduría, ya que lo dictó el Espíritu Santo, el código de nuestra religión, en una palabra, está escrito en verso, con el cálamo de los vates. David lo era y compuso en rimas su Salterio para que fuese más digno de Jehová. Job se lamenta en consonantes hebraicos, y los profetas vieron lo futuro porque estaban dotados con los ojos inspirados de aquellos seres que viven en lo porvenir.

Por consentimiento unánime de las naciones civilizadas, los maestro primeros de la juventud son los poetas. Virgilio, Horacio, desde que renacieron las letras, son quienes abren las puertas del alma a la claridad de lo bello, imprimiendo el carácter de su inteligencia a cuantos cultivan sus facultades intelectuales en las escuelas y liceos. Sus nombres, sus gustos, sus ideas a manera de ondas que cunden sin detenerse ni agotarse, pasan de generación en generación, rejuveneciéndose por medio de mil traducciones y comentarios que dan a luz las imprentas de ambos mundos.
El poeta es el único mortal que se trasuntancia en pueblo y se convierte en muchedumbre: el único capaz de interpretar en lo presente, en lo que fue, en lo que ha de venir, la índole, el sentimiento y las aspiraciones de toda una nación. El alma de Schiller es el alma de Alemania. Date es después de seis siglos, el representante legítimo de Italia, en el día que se incorpora unida y casi íntegra en la Asamblea de las naciones independientes. Los días de esos inmortales se cuentan por centurias, y las fiestas natalicias que se les consagra, son solemnidades seculares como los que la antigüedad consagraba a los dioses. […]

[…]La lectura de los poetas es una necesidad impuesta por la naturaleza, e impera tanto en nosotros como la de nutrirnos. Hasta las horas de este pasto de nuestra sensibilidad están señaladas en la sabiduría de su código. Al comenzar el día, entre el rumor de los aires mansos y los “gracias a Dios” de los seres que despiertan del sueño, en la tarde a la luz mustia del último rayo de sol que nos abandona, experimentamos ciertas sensaciones vagas y melancólicas cuya significación sólo puede dárnosla la ciencia del alma, que es la poesía. Entonces apelamos a los poetas, y ellos nos preparan con sus himnos armoniosos a comprender la solemnidad del día o de la noche en que vamos a entrar y a conducirnos como hombres durante las horas de ese instante que media entre la aurora y el ocaso del sol. […]

[…] Antes que la civilización cristiana penetrara en América, era ya muy estimable en ella el talento poético. Algunos príncipes mexicanos difundieron las máximas de la moral. Lloraron su esplendor decaído y celebraron los primores de la naturaleza, bajo las formas de la poesía. El nombre de “haravicus” con que se distinguían los vates durante el reinado de los incas peruanos, significa en lengua de los mismos “inventor”, probando así que exigían de sus cantores el ejercicio de la más alta facultad del espíritu humano. La voz de los “haravicos”, según el testimonio de Gracilazo, se alzaba en los triunfos, en las grandes solemnidades del Imperio; y sus poesías como la historia, estaban destinadas a perpetuar el recuerdo de las hazañas y de los acontecimientos nacionales.

Cuando la lengua de Castilla se arraigó en la parte meridional de nuestro continente, sus hijos enriquecieron a la madre patria “no menos con los tesoros de su suelo que con sus aventajados talentos que fecundiza un sol ardiente y desarrolla una naturaleza grandiosa y magnífica”1 . Ellos cantaron en el habla de Mena y de León no con la zampoña/ sino con lira grave2 y muchas y muy lozanas hojas del Laurel de Apolo dejó caer el monstruo de los ingenios españoles sobre las sienes americanas. […]3

1 D. E. Ochoa. Tesoro del Teatro Español T. V.
2 Lope de Vega. “Laurel de Apolo”, publicado por primera vez en 1630, hablando de un antiguo poeta chileno.
3 Los fragmentos que hemos transcriptos pertenecen a un estudio que Don Juan María Gutiérrez escribió cuando, arrebato por su fervor poético, organizó la primera Antología de poetas americanos que se conoce, y que fue dada a luz por la imprenta de “El Mercurio”, de Valparaíso en 1846. Fue titulada como “América Poética” y figuran los siguientes poetas argentinos: Florencio Balcarce, Florencio Varela, José María Cantilo, Luis L. Domínguez, Esteban Echeverría, Juan C. Godoy, Bartolomé Hidalgo, Manuel Inurrieta, Juan Crisóstomo Lafinur, entre otros. “América Poética” se publicó en cuarenta y tres entregas. Apareció por primera vez en febrero de 1846 y por última vez a fines de junio de 1847. comprende cincuenta y tres autores, cuatrocientos cincuenta y cinco composiciones y más de cincuenta y cuatro mil quinientos versos.
PUBLICADO EN EL Nº 15 VERANO DE 2008

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